Este blog personal estuvo activo de marzo de 2008 a julio de 2010. La continuación está en jeri4queen.blogspot.com

viernes, 30 de julio de 2010

Los que seguían con el chunche de blogger


Creo que no se les actualizó el cambio de blog. Supongo que tienen que hacerse "seguidor" de la continuación del blog. Ya lo puse en la barrita de jeri4queen.blogspot.com

GRACIAS!

martes, 27 de julio de 2010

They're just fucking words

Desde hace algún tiempo, traigo el sentimiento de cortar y volver a empezar este blog. En parte por esa manía computita de reset-index-format. Sin embargo, el cambio está más relacionado con lo que este blog es para mí.

Cambiar y cortar en mi vida ha sido una constante. Por supuesto, no soy la única: cambias de casa, de trabajo, de ciudad. Te casas, te descasas, te arrejuntas. Conoces gente, dejas cosas para después, te separas. Te frustras, triunfas y te resignas. Lees, viajas o escuchas música que te mueve. Arriesgas tu futuro, apuestas a lo que no sabes. Todos lo han vivido, no me creo especial.

Ya no soy la misma que hace un año. Ese cambio ha sido paulatino pero enraizado.

Y por eso, se me da la gana partirle la madre a mi blog. En unos días comenzará otro que por supuesto, sigue siendo personal. Tiene el mismo url y ya les contaré de los detallitos ñoños por ajustar.

Gracias por leer.



lunes, 26 de julio de 2010

Mexicanos al grito... ¿de qué?

Aunque me educaron católica, terminé mi infancia siendo más patriota que creyente. Mi mamá me llevaba al menos una vez al mes al Museo de Antropología y viajamos mucho dentro de la república. Como buena maestra, mamá no perdía la oportunidad de contarme sobre la historia del lugar que visitábamos. Por eso terminé siendo fan de la historia y de mi país. Mi meta en la vida era estar en la escolta; además cantaba con mucho sentimiento el himno nacional. Era una pequeña nacionalista que cagaba a los niños que no participaban con respeto en los honores a la bandera.

Pero ya saben lo que pasa: creces y te das cuenta que el país es una chingadera. Que el gobierno apesta y la gente nomás está viendo cómo se hace pendejo al de a un lado. Para mí, eso fue más feíto que dejar de creer en dios.

Comencé hablando de esa niña en este epílogo de mi viaje al sur de México porque ella lo merece más que nadie. Y es que seguí siendo fan de la historia, aunque no de mi país. Ya hablé de comida y lugares, pero faltó lo más importante: la gente.

¿Realmente quieren conocer México? Viajen por autobús. Vean esas poblaciones enclavadas en la selva e imagínense vivir ahí. Durante los minutos que atraviesan el pueblito, piensen si al estar ahí, en esas condiciones, consideras que el gobierno -cualquier gobierno- le importas. Si respetan tu pasado y tus costumbres. Si crees que dentro de tanto título de Harvard y apellidos raros del gabinete hay alguien que esté dispuesto a, de menos, entenderte.

Me sorprendió la cantidad de maya que aún se habla en Yucatán y Quintana Roo. En un pueblo rumbo a Chiquilá se subieron unos estudiantes computitos. Lo sé porque subieron con todo y CPU. Iban a estudiar a otro lugar, porque en su pueblo no había escuela técnica. En Mérida, los mestizos se veían más felices y relajados que acá en el centro, a pesar del calorón. Nuestro anfitrión, Erwin, fue un encanto de señor que estaba más que encantado de contarnos sobre su ciudad. En Yucatán y Chiapas, los letreros de “cooperativas” y “se cambia esto por aquello” se repiten en cada lugar. Y es que hubo un tiempo que la gente estuvo dispuesta a compartir trabajo y ganancias por igual. Hay extranjeros-mexicanos terminaron siendo parte de lugar; acentos y colores de piel quedaron en segundo plano. En la zona serrana de Chiapas, la gente viaja apachurrada y de pie sobre pickups. ¿A dónde van? ¿De dónde vienen? Las mujeres en San Cristóbal; tan trabajadoras y llenas de niños. ¿El ser zapatistas les reivindicó su papel de mujer? Niños desnudos al pie de carretera, hombres empistolados, los militares haciendo revisiones “preventivas”. Maestros en la calle, organizándose y aventando cohetones de madrugada, celebrando triunfos por su lucha.




Sé que su manera de ser y de vivir es muy diferente a la mía, pero están mucho más cerca de mí que neoyorquinos o gachupines. Hablan mi idioma y sus sonidos, sabores y me son muy familiares. Es posible que se burlen de mi pinta de turista, pero al final un “ya sabes cómo son las cosas” se asoma en las conversaciones. Ellos también trabajan, viven y sufren un pedazo de tierra que, por cuestiones históricas, se llama México.

Ese pedazo de tierra al que le cantaba esa mocosa patriota y que ahora, muchos años después, comienza a entender porqué.



PD. Todas estas crónicas, con recomendaciones de hostales y direcciones extra estarán en nolecuentes.com prontamente. Si hay algo más que quieran saber sobre esto, hablen ahora o callen para siempre.

viernes, 23 de julio de 2010

Oaxaca: hippie y calzonuda

Unos días antes de nuestra llegada, los maestros y la APPO habían tomado el centro histórico. Ya estaba al corriente de ese suceso, pero eso no me desanimó. Así es Oaxaca y si su centro tiene que estar atascado de maestros mitoteros, que así sea.

Lo primero que me sorprendió de Oaxaca fue la cercanía de sus montañas. Desde varias calles de centro, es posible ver al fondo un monte verde, majestuoso. El autobús nos dejó a 5 o 6 cuadras del centro y ahí encontramos una pensión. En esas cuadras, sentí a Oaxaca como Querétaro. Las casas coloniales, el adoquín (aunque gris, es mucho más elegante que el cemento), los colores vivos en las fachadas, las calles limpias y con nombres de héroes, en fin. Bonito, muy bonito.

Sin embargo, el primer cuadro del centro histórico, tomado por los maestros es un verdadero desmadre. Sucio, imposible de caminar y apestoso a miados. Yo había pensado que la toma del centro era de manera representativa. Pero no, la cantidad de maestros en casas de campaña abarca muchas calles y podría ser la pesadilla de tanto niño burro. Como turista, podría decir que “afean” la ciudad. Pero la realidad mexicana los ha llevado a eso y más. Por eso, no estoy en posición de criticarlos.

Los mercados son parte de nuestra identidad mexicana. Entre sus paredes encuentras artesanías, comida, fruta, alcohol, ropa y gente que conservan el toque local. No es lo mismo entrar al de Coyoacán, que al de Abastos en Guadalajara, o el 20 de Noviembre en Oaxaca. Y créanme cuando les digo, que éste se encuentra ya en mi lista de tops. Acudimos 2 veces al día y al mismo local con doña Chabelita, quien nos alimentó sabiamente. La extraño, doña.

Dicen las malas lenguas que el movimiento cultural en Oaxaca está perrón. Nosotros, que íbamos por las letras, preguntamos en el Fondo de Cultura dónde quedaba la Editorial Almadía. Proveedora Escolar es su nombre de encubierto y por fuera parece una papelería. Sin embargo, después de unas estrechas escaleras, el paraíso nos esperaba. Con espacio para sentarte a leer, hubo un día que salimos a comer y volvimos. Había mucho por escoger y es que ahí se encuentran ediciones descontinuadas y editoriales no muy famosas, como NitroPress. Mi viejo, que es un adicto a los libros, estaba como niño fresa en Disneylandia.

Por fortuna (para mí, que quería ver la ciudad), el lugar tiene una hora de cierre. Dada la condición desmadrosa del centro, el mejor lugar para caminar fue el andador Macedonio Alcalá. Antros, cafés, museos y librerías son el principal atractivo del paseo turístico. Al final, se encuentra la Iglesia de Santo Domingo, enmarcada con sus agaves. Un par de plazas la rodean y de jueves a domingo, hay eventos culturales. Hacía un poco de frío y yo andaba con vestido strapless, pero un rebozo fue suficiente para disfrutar una obra de teatro izquierdosa sobre Benito Juárez y algunos bailes típicos.

De día el andador luce un poco menos, sin embargo, el exconvento de Santo Domingo tiene un museo imperdible para quienes nos gusta la historia. El lugar en sí es imponente: el techo es alto y está lleno de dorado. Le acompañan estatuas en relieves con imágenes religiosas. El lugar fue fundado por los dominicos y te escupe en la cara el poder y dinero que llegaron a tener los religiosos durante la colonia. No te extraña porqué Juárez y su Reforma exigía laicidad y separación del clero para el estado mexicano. Ahora, la exposición en sus salas te lleva de la mano por la historia de Oaxaca. Desde la prehistoria, los primeros asentamientos humanos, mixtecos, zapotecos, Monte Albán, la colonia, independencia, Juárez, Díaz… hasta hoy. Oaxaca no sólo es rico en comida y cultura, la historia está cabrona. Este museo y templo es un indispensable si visitan la ciudad y les recomiendo ampliamente hacerlo antes de ir a Monte Albán.


Contraté un tour para ir a la zona arqueológica. No sólo por la comodidad que te da una camioneta al subir un cerro, si no por escuchar una explicación decente del lugar. Y es que me declaro neófita de las culturas mixtecas y zapotecas. Las ruinas de Monte Albán no son majestuosas, pero su vista, sí que lo es. Para mi fortuna, aquel día el valle de Oaxaca estaba limpio y la Sierrra Madre presumía sus montañas.

Las pirámides son más austeras que por ejemplo, Palenque. Sin embargo, la historia y tecnología (como acueducto y observatorio astronómico) que sus habitantes desarrollaron sorprende. Ya he comentado antes que ver la historia y su arquitectura con ojos de este siglo puede ser contraproducente, y Monte Albán sufrió por eso. A pesar de ser conocida durante mucho tiempo, las investigaciones en el sitio comenzaron en la década de los 30s, cuando fue encontrada llena de riquezas, la famosa tumba 7. Es triste tener que encontrar oro y turquesas para atreverte a buscar más. Ahora el contenido de la tumba, está en Santo Domingo y como ya dije, puto el que no vaya.



Oaxaca capital está a 5 o 6 horas de la capital. La autopista es cómoda y la vista preciosa. Los chilangos que no la conocen, ya deberían ir apartando un fin de semana. La ciudad colonial es pequeña pero con una gran personalidad: bien podría ser la hermana hippie y calzonuda de Querétaro. Comida, historia, cultura, aire limpio, libros ¿Qué más quieren?


¡MEZCAL!, dhu.

jueves, 22 de julio de 2010

Otro de futbol y Villoro

Ya saben que chingo mucho con que Villoro es su Padre y todo eso, pero este cacho de su última contribución al Proceso rulea:

(...)El presidente Tabaré Ramos terminó su mandato en Uruguay logrando que cada niño tuviera una laptop: la justicia pasa el acceso a la información. La selección uruguaya estuvo a la altura de esas transformaciones. Chile, el país con mayor desarrollo económico en la región de los últimos años, dejó de tener un equipo que apelaba a la picardía (la falta simulada por el portero Rojas en Maracaná, en tiempos de la dictadura de Pinochet) para volverse competitivo, terminar su fase eliminatoria en segundo lugar de Sudamérica y ganar dos partidos en Sudáfrica. España mostró en la cancha que es una nación de clase media, integrada en la igualdad y respetuosa de las diferencias. Holanda, bastión de la libertad individual, discutió demasiado en el vestidor y combatió como si quisiera ganarle terreno al mar; de manera ejemplar, después de su derrota, hizo un pasillo de honor para celebrar a España.

¿Qué pasó con México? El domingo 4 de julio, el futbol coincidió con las elecciones en 12 estados del país. El candidato del PRI al gobierno de Tamaulipas llegó a votar con chaleco antibalas. El gobierno federal había grabado conversaciones de militantes de la oposición y algunos partidos optaron por alianzas oportunistas que nada tenían que ver con sus idearios.

La Selección Mexicana tuvo un capitán distinto en cada partido. En la nación del miedo, toda autoridad es relativa. La mejoría de la selección depende de la mejoría del país. Esperar lo contrario significa suponer que la recompensa antecede al esfuerzo. De nada sirve que la Federación Mexicana de futbol le mande una almeja suculenta al pulpo Paul.

No hay que cambiar las profecías, hay que cambiar la realidad.

A ver que tanto chillan en 4 años ¬¬

sábado, 17 de julio de 2010

Puto youtube

No creas que me ha costado mucho trabajo aguantar las lágrimas. Es fácil: digo alguna pendejada, volteo a ver otro lado y ya. Tú sabes cómo es eso, un chiste malo a tiempo te salva del instantáneo ah pinche gachupina. Sé que has estado en mi lugar y que también te cagan los que te llaman vende-patrias. Ya sabes, aquellos que lo hacen más saña y que no ponen un pinche dedo del pie fuera de su estado y para quienes los chilangos son el mismísimo Satanás. Ya te digo, el que no esté sola también ayuda. De lo contrario, me hubiera empinado yo sola toda esa botella de tempranillo mientras repetía esos videos baratos de “Necesito España” en youtube y al Canto del Loco en el Winamp. Mis Drunktwits serían divertidos y obscuros, dedicados a un amante perdido. Entonces la mitad de mis followers se preguntarían si es por A o por B y la otra mitad me ofrecería sexo pa’ olvidar. Y es que nunca aceptaría en una puta red social que se me puso la piel de gallina y un hoyo en la panza cuando vi a la Cibeles atiborrada de eufóricos españolitos. Que tuve que voltear a otro lado cuando vi a Casillas llorar. Eso sólo te lo acepto a ti. Pero ya te dije, no hice nada de eso. Lo que en verdad pasó es que saqué las copas buenas, hice tapas, pusimos el DVD de Vicky, Cristina, Barcelona y sólo me tocó medio tempranillo, que si acaso me durmió la lengua. Le aseguré a mi querido amancebado que nunca se me acercó un gachupín como lo hizo Bardem en la película. ¿Pero qué tal el mocoso con piercings que me invitó a besuquearme al Banco de España?

Ora sí güey, ora si la vida es injusta, cuando te toca vivir las cosas por youtube.

jueves, 15 de julio de 2010

La comida es sexo

Si tuviera que elegir entre comida y sexo, elegiría comida sin dudarlo.

Confieso que mi lengua ha tenido arrebatadores affaires con el dulce –aún le llora al chocolate San Ginés y a las facturas con dulce de leche-, es infiel una y otra vez con lo salado y se retuerce de placer ante la textura espaguetiezca. Y qué decir del chile o de la grasa (si es de puerco, mejor), deliciosos amantes que en su nombre llevan el pecado. Y por supuesto, nunca olvido al acompañante perfecto para un manjar: la bebida espirituosa.

Aún no conozco los límites de la promiscuidad de mi lengua. Aunque por supuesto, no me ha tocado tragar sangre de foca, puedo asegurarles que mi nariz le ha elaborado algunos complós. Demasiado ajo, tripas o grasa, me han hecho dudar, pero nuncamente claudicar.

Por eso odio y amo con la misma intensidad al chef más rudo y adúltero del planeta: Anthony Bourdain. Él me enseñó que conocer el mundo a través de sus sabores, es conocer a la gente que lo prepara y disfruta. En este post algunos de los orgasmos que tuve en Quintana Roo, Yucatán, Chiapas y por supuesto, Oaxaca.

Como ya dije, en Holbox no se necesita de mucho para ser feliz. La sencillez de sus platillos siguen esta filosofía isleña y sorprenden a la lengua más mamona.

Aquella letra santanera de “en el mar la vida es más sabrosa” es porque incluye a los camarones, ostiones, langostinos, pescaíto y por supuesto, langosta. La mariscada cocinada a la plancha con un poco de ajo y mantequilla, acompañada con cerveza, que nos empacamos a la orilla de la playa de Holbox fue un manjar maya.

Presumen la pizza de langosta, pero cualquier platillo italiano de la Pizzería Edelyn de la isla le parte su madre a más de un restaurant de la botita.

Mariscada, Pizza al carbón y Pasta.

En Yucatán no se habla español. Y no lo digo sólo por el acento que los niños mexicanos y ochenteros identificamos con Cucho, el de Don Gato. Sí, su tonito es contagioso, pero lo es aún más el amor por su comida con nombres raros. Los pocos días que estuve en Mérida, estuve un poco perdida con la nomenclatura gastronómica. ¿Cómo dijo que se llamaba? Fue la pregunta que más repetí. Y es que cuando llamas a las nieves sorbetes y vaporcitos a los tamales, ¿cómo esperas entender Poc chok, Tocxel o Kibi? Word no lo hace, yo tampoco.



Pero no importa, los yucatecos son amables y en restaurantes como el Tucho o Eladio´s te traen cuanta comida quieras, sin importar que no te hayas terminado la cerveza. (aunque, con ese calor, ¡yo sí me la terminaba!) Para cuando terminaba de comer, la cerveza y la salsa de habanero habían masacrado mis neuronas y los deliciosos platillos terminaban con estúpidos nombres como bolitas de carne, taquitos de aire o gorditas de pibil. Es insultante, lo sé. Pero cuando manda la lengua, el cerebro se apaga.


Vendedoras de tamal y sorbetes de Helados Colón.

El café de Chiapas es conocido, premiado y alabado en los rincones cafetaleros del mundo mundial. Estoy de acuerdo, la fama que tiene va de acuerdo a su cola: pero hay dos bebidas que orgasmearon mi lengua: el tazcalate y el pozol. Creo que tienen de base pinole, maíz y achiote. No, no son alcohólicas, pero sí muy refrescantes. Además, los sirven en jícaras que conservan su temperatura y frescor.

Los tamales de chipilín y la diversidad de tacos que te ofrecen en las calles cercanas a las centrales camioneras calman ese apetito viajero que surge tras 4 horas (o más) de ir sentado. Empanadas (quesadillas) fritas y tostadas complementan en menú, sin dejar atrás el cochito de Chiapa de Corso, un platillo de puerco con un caldo simplemente delicioso.

Empanadas con pozol, tazcalate y pochito. Grande por favor.

Oaxaca es la meca de los tragones y el mercado 20 de Noviembre nuestro santuario. Mi lengua pavloviana saliva con la sola mención de las palabras mole o chocolate. Nunca me imaginé que el quesillo, el frijol negro y por supuesto, el mezcal, volverían loco a mi paladar.

Todo comenzó en el Cafesito de Puerto Escondido, donde el menú se siente medio asambornsnado, pero nada que ver. Las porciones son enormes, tal como su sabor. Al día siguiente en Pochutla nos recomendaron un antojito oaxaqueño. Tiene mucha grasa, nos advirtió una morenaza. Pedimos dos.

Desayuno en El Cafecito y comida en Pochutla.

Solía visitar dos veces al día el mercado 20 de Noviembre. Para el desayuno, la gran porción de chocolate acompañada de su pan de yema hubiera sido suficiente. Pero comer sólo eso es un sacrilegio. Enmoladas, memelitas o tamales fueron el complemento ideal. El caldo de amarillo para la tarde y las tlayudas o lo que sea con tasajo (carne) acompañados de cerveza a la hora de comida, y de postre: mezcal.

Chocolate de agua y de leche con pan de yema, enmoladas y caldo de amarillo


Enfrijoladas con tasajo, tlayudas con tasajo y por supuesto, mezcal con sal de gusano.


sábado, 10 de julio de 2010

La Rivera Oaxaqueña: en pelotas y sin miedo a los carbohidratos

La revista México Desconocido, dedicada a Oaxaca, tenía como dos años en mi librero. Desde entonces, cada vez que escuchaba ofertas de vuelos o sabía de puentes vacacionales, me sumergía en el internet a soñar con Oaxaca. No tengo excusa; lo que me alejó del estado fue el no decir: Ya, orita mismo me voy. Así que Oaxaca no podía faltar en el mochilazo por el sur.

Pero primero lo primero: encuerarse.

Llegamos a Puerto Escondido muy temprano y fiel a mi costumbre comencé a odiar la mochila naranja. Como un gran espartano, el Señor del Billar soportó mis chillidos sobre el peso de la maleta, el hambre de mis tripas y el calor. Pero como tampoco es un santo, accedió a quedarnos en el primer hotel que encontramos. Por 200 pesitos tuvimos televisión (para ver la inauguración del mundial), toallas limpias y vista al mar.

Me puse el bikini y saqué la revista del estado para encontrar que Zipolite (la playa nudista) está cerca de Huatulco, no de Puerto Escondido. Le comuniqué a mi acompañante el pequeño error de 150 kilómetros que cometí y me miró con cara de mañana-es-el-partido-si-quieres-te-encueras-en-el-cuarto. Ya veremos, dijo. Ya veremos, contesté. Y como las penas con pan son menos, nos fuimos a tragar al Cafecito, en la playa de Zicatela.

Ahí nos dimos cuenta de que estábamos en el lugar correcto: puro guapo extranjero. En Zicatela hay europeos, gringos, australianos y sudamericanos para elegir; todos andan hipiosos y sin camiseta (algo importante) por lo que el desfile de músculos y tatuajes está a la orden de la pupila. La razón de que haya tanto extranjero buenote, es que son surfers y esa playa, de junio a septiembre, es ideal para tan bello deporte.

Después de tomar algunas fotos a esos valientes y acuáticos jinetes, tomamos un taxi para ir a la Playa Carrizalillo. Las playas en Puerto Escondido están enmarcadas en montañas, por lo que su acceso no es tan sencillo; por eso elegimos a Carrizalillo. Hay que bajar 900 mil escalones para pisar la arena, lo que garantiza la ausencia de niños.

Vista desde el escalón 542,157 de bajada a la playa

Aunque el mar en esa pequeña bahía es más tranquilo que en Zicatela, es indispensable saber nadar. El mar se vuelve profundo unos pocos metros hacia adentro y tiene corrientes traicioneras que te jalan de las patas, provocando indiscretos panzazos contra la arena. Entonces, sus olas te envuelven y arrastran por la arena hasta que la parte inferior del traje de baño queda repleta de esas diminutas piedras color café.

Como toda revolcada, la de Playa Carrizalillo vale 100% la pena. El agua es templada tirándole a caliente y algo que no me esperaba: transparente, muy transparente. Si no fuera por la arena revuelta de las olas, se vería mucho más claro. Confieso que tampoco me esperaba los siete tonos de azul verdoso que alcanza el mar visto a lo lejos. Colores que sólo identificamos con el Caribe están presentes en Puerto Escondido.

Por la noche dimos un romántico paseo por el Adoquinado acompañados de millones de insectos voladores. Nieves, tostadas, tamales, tacos, tlayudas y cervezas fueron los inauguradores del ahora legendario tragazón oaxaqueño 2010.

El adoquinado tiene un cacho de asfalto

Al día siguiente y después de ver a la selección perder 1-1 contra Sudáfrica, emprendimos el viaje rumbo a Zipolite. Las instrucciones de la atolondrada vendedora de boletos eran: ir a Pochutla y de ahí tomar un colectivo a la playa de encueratrices. El camión era de segunda y en cada pueblo el conductor tenía la amabilidad de anunciar la parada. Una hora después y ante el grito de Mazunte-Zipolite, descendimos 4 despistados del camión.

-¿Aquí es Pochutla?
-No, no es Pochutla.
-¿Tonces pa’ onde es?
-Pos quién sabe, hay que preguntar.
Preguntamos, nos dijeron que faltaba para Pochutla, pero Zipolite era derecho y en colectivo.
-¿Y ustedes a donde van?
-A Zipolite, ¿y ustedes?
-A Mazunte, es por ahí cerquitas.
-Pues vámonos todos en un taxi.
-vamos pues.

Detuvimos un taxi y cerramos el trato en 80 pesos por los cuatro. Nuestros compañeros de taxi se quedaron en la playa tortuguera y nosotros nos bajamos hasta la encueradera.

Zipolite es una playa larga, de olas medianas a grandes y con muy pocas personas… todas ellas vestidas con pantalones y bufanda. ¡Nos estafaron! Fue el pensamiento común de estos viajeros exhibicionistas. Llegamos a una cabañita, donde unos hippies marigüanos nos ofrecieron que comer y beber. Yo, que ya había comenzado con mi chilladera contra el calor y las mochilas naranjas que se cuelgan en los hombros, acepté una salvadora caguama Victoria en lo que el Señor del Billar iba de exploración en búsqueda de un lugar donde tirarnos al sol y dejar que se quemen las partecitas nunca antes tocadas por los rayos UV.

Casi me había terminado la caguama cuando el explorador espartano regresó con la noticia que después del monte estaba la Playa del Amor. Nuestras maletas se quedaron con los hippies y ascendimos el monte para encontrarnos esto:

The love beach

La playa estaba vacía y tenía una palapa donde dejé cámara, dinero y los consejos de mamá de no andar enseñando mis partecitas en público. En pelotas, nos metimos al mar. Hay algunas piedras grandes y el oleaje a veces se intensifica por lo que no hay que distraerse, a menos que quiera uno ser encontrado muerto y encuerado en Japón. Lo bueno de esta situación es que los japoneses están acostumbrados al desnudo.

Como muchos lectores de este h. blog saben -y los que no, se enteran en este momento-, yo viví en España y allá el topless es permitido. Durante mi estancia en el ibérico país, adquirí look, acento y algunas malas mañas gachupinas, pero nuncamente me quité el brassiere en público. Qué mexicanada, lo sé. Sin embargo, en la Playa del Amor no lo dudé un segundo, ni me tapé ante la visita de otros encueratrices.

Son curiosos los sentimientos que salen cuando te quitas la ropa. De la diversión (jijiji andamos en bolingas), pasé a la libertad (¡¡guaju!!) y por último a la dicha (suspiro). Esa tarde sentí que no necesitaba nada más. Ninguna toalla tratada con litros de suavitel se comparó con la brisa del mar secando mi cuerpo. Los rayos que calentaron mi piel fueron caricias de un amante tierno. El sonido de las olas contra las rocas y del viento contra la palapa fue la música que el momento necesitaba.

Por eso digo que es dicha lo que se siente al dejar junto con la ropa, el twitter, los libros, los qué dirán, el estoy lonjuda y el ya no me alcanza para ir a Puebla ni para pagarle a Slim.

Conforme avanzó la tarde fue llegando más gente. Una pareja de veinteañeros se escondió tras unas piedras para asolearse en pelotas. Otra de cincuentañeros se refugió en una miniplaya al fondo. Un solitario se la pasó en el mar y cuatro vestidos se dedicaron a decirse cositas románticas al oído a la sombra de la montaña. Bola de fresas. Sólo mi viejo y yo tuvimos la decencia de dejarnos ver como nuestras mamás nos trajeron al mundo, pero con más pelitos y bolitas.

Comenzó a caer el sol cuando nuestras tripas demandaron alimento. Con pesar, volvimos a usar esas odiosas ropas que la sociedad exige y nos dirigimos a Pochutla, para tomar un autobús al paraíso gastronómico y magisterial que es Oaxaca capital.

viernes, 9 de julio de 2010

Crónicas parqueriles

Perdón señora

El otro día estaba yo ebria, tirada boca abajo en el pasto del parque de mi casa viendo a Alan1 y Alan2 (así se auto-nombraron ellos) jugar futbol. Me sentía muy feliz en mi solitaria irresponsabilidad viendo cómo el cielo daba vueltas poco a poco. Comencé a pensar en lo chingón que es ser niño (así, en masculino con pito) y cómo les vale madre darse golpes, aventarse contra el suelo y enfrentar a niños más grandes. Tan bellos y absortos eran mis pensamientos que no me di cuenta cuando el balón venía directamente a mí y me dio un madrazo en la espalda.

“Perdón Señora” me dijo Alan2. Eso me dolió más que el balonazo. Lo ebria no quita lo señora, bua.

No niñas

Como si no fuera suficiente con lamerse uno al otro las orejas y los bigotes, ahora resulta que a Gazpacho y a Scampi no les caen bien las hembras. Por ejemplo la Negrita, que en el momento que los ve se echa al piso boca arriba; aquellos cabrones la pasan por encima y siguen su camino. La Negra se levanta, corre hecha cola toda ella, les da pequeños besitos y nada. Daisy es una retriever que corre arqueando su espalda y presumiendo su largo y cuidado pelo café. También es ignorada, pero creo que por brusca; como que a Scampi no le gusta que Daisy ponga sus patas sobre Gazpacho y el güerito le enseña los dientes.

Cada día mis perros son más jotos.

lunes, 5 de julio de 2010

Chiapas: No estoy segura de que esté en México

Ver la selva desde la ventana del colectivo me estremeció. Eran las siete de la mañana cuando comenzamos a subir la montaña que nos llevaba del pueblo de Palenque al sitio arqueológico. ¿En verdad existe más verde que el de la selva? ¿Qué color pantone utilizaron los dioses mayas para crearlo? Y el sonido… ¿A qué pinche director de orquesta se le ocurrió?

La luz del amanecer se cuela por entre las lianas y las espesas copas de los árboles. Millones de aves despiertan y comienzan a chillar. El agua no quiere abandonar el piso, por lo que la niebla sigue acariciando los troncos torcidos, que enseñándote sus enormes raíces, dejan claro que ese lugar sagrado les pertenece y tienes que respetarlo. El olor a tierra mojada y a pasto recién cortado de Guadalajara se siente tan pequeño en la nariz, apenas una gota de perfume. Al fondo se escucha el agua correr, la imaginas transparente, fresca y pura. Y cuando por fin descubres la pequeña catarata te descalzas para sentir el agua entre tus pies.

Como dije, apenas amanecía y el sitio arqueológico abría hasta las nueve. Esperamos una hora tirados sobre nuestras mochilas soñando con un poquito de café. No hacía frio, pero mi garganta estaba resentida por el puto aire acondicionado del ADO en el que viajamos congelados toda la noche.

Cuando por fin entramos, un niño de acaso 8 años nos ofreció su servicio de guía experto. Con una memorización que haría orgullosa a cualquier monja de escuela primaria, nos contaba que él sabía perfectamente la historia y lo que esconden las paredes de Palenque. Prometía llevarnos a la selva a ver más ruinas; ya que en el sitio arqueológico sólo se muestra el veinte por ciento. Lo interrumpíamos y el cassete se volvía a echar a andar. De su tarifa inicial de 200 pesos, lo rebajó hasta 25. De cualquier manera, nos negamos. Ya dentro del sitio, otros niños casi adolescentes nos dijeron las mismas líneas intentando convencernos de sus servicios. “Entonces verán puras piedras” sentenciaron, cual hechizo chamánico, ante nuestra negativa.

Las piedras de Palenque son majestuosas. Por su arquitectura, es sencillo adivinar que es de otra época y reinado maya. Hay que recordar que los mayas, más que ser una nación, eran ciudades estado con su propio rey y estructura social. Además como sucede en todos los lugares ruinosos, no todos los edificios son de la misma época.

Una de las ventajas de ser la primera en entrar es que pude tomar fotos chingonas y sin gringos estorbosos. En Palenque aún te permiten subir a las pirámides, lo cual me emocionó y trepé cual changuito... las tres primeras nada más. También te permiten entrar en ellas; hay una tumba en el Templo de las Inscripciones. Como en tiempos del soberano que ahí fue enterrado, su interior sigue húmedo aunque las joyas del rey ya no están.

El Palacio, más que ser una pirámide, parece una enorme residencia con patios y recámaras a la orilla de un pequeño río; detrás del cual existen más pirámides y templos de diferentes épocas y estilos. Palenque no se ha librado de tanta estupidez esotérica que rodea a los mayas y es tristemente célebre por un “astronauta” dentro de un grabado. Me estoy mordiendo los dedos para no desviarme del tema, por lo que ahora solo diré: bola de imbéciles.

Cuando terminamos el recorrido por el sitio arqueológico aún era temprano, pero por la duración y frecuencia de los autobuses a San Cristóbal, decidimos dejar las cascadas de Agua Azul y Misol-ha para otra ocasión. En ese momento del viaje, Guatemala también se quedó pa’ después. Nos curamos la tristeza con tamales de chipilín y tascalate bien frío.

La selva cambió a bosque en un pestañeo. En realidad fueron un par de horas en las que dormí. Desperté congelada, mocosa y un poco mareada. El autobús se movía como juego mecánico celayense y me azotaba contra la ventana y contra mi compañero de viaje.

Yo estaba ansiosa por llegar y alargaba mi cuello después de cada curva, intentando ver un pueblito pintorezco en medio del bosque. Por fin, un destacamento militar y unos espectaculares de Soriana (¿o de la Comer? qué importa) me avisaron que ya estábamos por llegar; el cierre de una de las entradas por los maestros lo confirmaron, habíamos llegado a San Cristóbal.

El autobús le dio la vuelta a la manifestación y entramos por otro lado de la ciudad. Y es que San Cristóbal es grande; en algún lugar de mi mente lo tenía catalogado como un pueblo y no lo es. Alguien debería avisarle al gobierno que lo tiene en la lista de “pueblos mágicos”

Esa noche cenamos unas deliciosas empanadas con café y nos encerramos a dormir. Yo no quería saber del mundo ni de las maravillas chiapanecas. Me drogué con antigripales y dormí. A la mañana siguiente, yo no albergaba muchas esperanzas sobre el lugar; en uno de los mapas había publicidad de Burger King y Wings Army. ¿No que muy pueblo mágico? Pero pues ya estaba ahí, a conocer.

San Cristóbal huele a bosque y en la noche a madera quemada. Por la mañana, las nubes se quedan en las faldas de los cerros y los descubren hasta que sale el sol. Para los turistas, existen dos andadores principales: el de Guadalupe y el de Santo Domingo. Sobre un piso adoquinado, se levantan casas de colores fuertes que van desde el amarillo, azul, verde y hasta rosa mexicano y que albergan tiendas, cafeterías, comercios y bares atendidos por mestizos y extranjeros principalmente. Los indígenas venden en las calles y en las plazas, aunque las cooperativas zapatistas tienen algunos establecimientos en este andador.

Tomar café se convirtió en una necesidad básica y entramos a una tienda muy curiosita atendida por una queretana que nos contó del encanto de la ciudad. De cómo mucha gente había llegado a San Cristobal de visita y terminaron quedándose algunos meses a vivir, ella incluida. Que la ciudad tiene algo especial: ambiente, magia, cultura, clima, arquitectura colonial… todo eso y más.

Me asombró la cantidad de extranjeros que caminan en esa zona; podría jurar que son más de la mitad y que muchos no son turistas: caminan y se saludan entre ellos alternando su idioma con el español. Andan hippiosos, sin brassiere, usan rastas, sandalias y van acompañados de sus perros o bicicletas en mano. En su mayoría jóvenes, son de esos europeos aficionados al izquierdismo que no es posible ejercer en el primer mundo.

Tarde y noche en la ciudad

Las casas del pueblo tienen techo de teja color tejado y en todas las calles hay consignas izquierdosas pintadas en las paredes. Me llamó la atención el barrio de mexicanos, llamado así porque viven… pues mexicanos. Con esto es posible darse cuenta la composición étnica de la ciudad.

En Chiapas hay varios grupos indígenas y, por la vestimenta de las mujeres, es posible saber a qué grupo pertenecen. Lo que creí era una falda para frío, era en realidad, de otra etnia (chamulas, tzotziles y tzeltales). Por los andadores y sobre todo, acercándose a la Plaza Mayor, las mujeres indígenas caminan en pares o tríos con 3 o 5 niños detrás de ellas. Con un “compra, compra” ofrecen sus artesanías que van desde muñequitos de lana, hasta cinturones o collares. Los niños te ofrecen animalitos de barro.

Mi única queja sobre San Cristóbal es que no encontré un lugar de comida chiapaneca además del café. Sí, la pasta, tapas y tacos de bicitaco estaban ricos, pero yo quería tragar algo autóctono.

Mi tragonería fue calmada hasta Chiapa de Corzo, el pueblo que está junto al río Grijalva y, donde gracias a la presa, podemos disfrutar en una apacible lancha el Cañón del Sumidero, con paredes que llegan al kilómetro de alto. En esa reserva encontramos monos, cocodrilos, pelícanos, cotorritas, zopilotes y quién sabe cuánto animal más. El recorrido dura una hora más o menos. El guía ayuda a ubicar a los animales y habla sobre la importancia de esta reserva ecológica para el lugar.

De vuelta a Chiapa de Corzo, además de tragar, conocimos el mercado, la iglesia y la plaza que tiene un quiosco en forma de corona española y una ceiba sagrada.


Cocodrilitos y mono araña. Sólo en el Cañón del Sumidero

Aún faltan un par de posts de Chiapas. El estado me sorprendió y se convirtió en El Lugar a regresar; o más que regresar, a vivir. La mezcla de gente que convive en ese pueblo-ciudad me llama a saber y a vivir más. La naturaleza, los colores, la historia y el presente se fusionan en Chiapas provocando una mezcla explosiva que a esta habitante del centro nunca le había tocado presenciar.





Este post fue patrocinado por Dolce y Gabana by Yisus