Este blog personal estuvo activo de marzo de 2008 a julio de 2010. La continuación está en jeri4queen.blogspot.com

lunes, 5 de julio de 2010

Chiapas: No estoy segura de que esté en México

Ver la selva desde la ventana del colectivo me estremeció. Eran las siete de la mañana cuando comenzamos a subir la montaña que nos llevaba del pueblo de Palenque al sitio arqueológico. ¿En verdad existe más verde que el de la selva? ¿Qué color pantone utilizaron los dioses mayas para crearlo? Y el sonido… ¿A qué pinche director de orquesta se le ocurrió?

La luz del amanecer se cuela por entre las lianas y las espesas copas de los árboles. Millones de aves despiertan y comienzan a chillar. El agua no quiere abandonar el piso, por lo que la niebla sigue acariciando los troncos torcidos, que enseñándote sus enormes raíces, dejan claro que ese lugar sagrado les pertenece y tienes que respetarlo. El olor a tierra mojada y a pasto recién cortado de Guadalajara se siente tan pequeño en la nariz, apenas una gota de perfume. Al fondo se escucha el agua correr, la imaginas transparente, fresca y pura. Y cuando por fin descubres la pequeña catarata te descalzas para sentir el agua entre tus pies.

Como dije, apenas amanecía y el sitio arqueológico abría hasta las nueve. Esperamos una hora tirados sobre nuestras mochilas soñando con un poquito de café. No hacía frio, pero mi garganta estaba resentida por el puto aire acondicionado del ADO en el que viajamos congelados toda la noche.

Cuando por fin entramos, un niño de acaso 8 años nos ofreció su servicio de guía experto. Con una memorización que haría orgullosa a cualquier monja de escuela primaria, nos contaba que él sabía perfectamente la historia y lo que esconden las paredes de Palenque. Prometía llevarnos a la selva a ver más ruinas; ya que en el sitio arqueológico sólo se muestra el veinte por ciento. Lo interrumpíamos y el cassete se volvía a echar a andar. De su tarifa inicial de 200 pesos, lo rebajó hasta 25. De cualquier manera, nos negamos. Ya dentro del sitio, otros niños casi adolescentes nos dijeron las mismas líneas intentando convencernos de sus servicios. “Entonces verán puras piedras” sentenciaron, cual hechizo chamánico, ante nuestra negativa.

Las piedras de Palenque son majestuosas. Por su arquitectura, es sencillo adivinar que es de otra época y reinado maya. Hay que recordar que los mayas, más que ser una nación, eran ciudades estado con su propio rey y estructura social. Además como sucede en todos los lugares ruinosos, no todos los edificios son de la misma época.

Una de las ventajas de ser la primera en entrar es que pude tomar fotos chingonas y sin gringos estorbosos. En Palenque aún te permiten subir a las pirámides, lo cual me emocionó y trepé cual changuito... las tres primeras nada más. También te permiten entrar en ellas; hay una tumba en el Templo de las Inscripciones. Como en tiempos del soberano que ahí fue enterrado, su interior sigue húmedo aunque las joyas del rey ya no están.

El Palacio, más que ser una pirámide, parece una enorme residencia con patios y recámaras a la orilla de un pequeño río; detrás del cual existen más pirámides y templos de diferentes épocas y estilos. Palenque no se ha librado de tanta estupidez esotérica que rodea a los mayas y es tristemente célebre por un “astronauta” dentro de un grabado. Me estoy mordiendo los dedos para no desviarme del tema, por lo que ahora solo diré: bola de imbéciles.

Cuando terminamos el recorrido por el sitio arqueológico aún era temprano, pero por la duración y frecuencia de los autobuses a San Cristóbal, decidimos dejar las cascadas de Agua Azul y Misol-ha para otra ocasión. En ese momento del viaje, Guatemala también se quedó pa’ después. Nos curamos la tristeza con tamales de chipilín y tascalate bien frío.

La selva cambió a bosque en un pestañeo. En realidad fueron un par de horas en las que dormí. Desperté congelada, mocosa y un poco mareada. El autobús se movía como juego mecánico celayense y me azotaba contra la ventana y contra mi compañero de viaje.

Yo estaba ansiosa por llegar y alargaba mi cuello después de cada curva, intentando ver un pueblito pintorezco en medio del bosque. Por fin, un destacamento militar y unos espectaculares de Soriana (¿o de la Comer? qué importa) me avisaron que ya estábamos por llegar; el cierre de una de las entradas por los maestros lo confirmaron, habíamos llegado a San Cristóbal.

El autobús le dio la vuelta a la manifestación y entramos por otro lado de la ciudad. Y es que San Cristóbal es grande; en algún lugar de mi mente lo tenía catalogado como un pueblo y no lo es. Alguien debería avisarle al gobierno que lo tiene en la lista de “pueblos mágicos”

Esa noche cenamos unas deliciosas empanadas con café y nos encerramos a dormir. Yo no quería saber del mundo ni de las maravillas chiapanecas. Me drogué con antigripales y dormí. A la mañana siguiente, yo no albergaba muchas esperanzas sobre el lugar; en uno de los mapas había publicidad de Burger King y Wings Army. ¿No que muy pueblo mágico? Pero pues ya estaba ahí, a conocer.

San Cristóbal huele a bosque y en la noche a madera quemada. Por la mañana, las nubes se quedan en las faldas de los cerros y los descubren hasta que sale el sol. Para los turistas, existen dos andadores principales: el de Guadalupe y el de Santo Domingo. Sobre un piso adoquinado, se levantan casas de colores fuertes que van desde el amarillo, azul, verde y hasta rosa mexicano y que albergan tiendas, cafeterías, comercios y bares atendidos por mestizos y extranjeros principalmente. Los indígenas venden en las calles y en las plazas, aunque las cooperativas zapatistas tienen algunos establecimientos en este andador.

Tomar café se convirtió en una necesidad básica y entramos a una tienda muy curiosita atendida por una queretana que nos contó del encanto de la ciudad. De cómo mucha gente había llegado a San Cristobal de visita y terminaron quedándose algunos meses a vivir, ella incluida. Que la ciudad tiene algo especial: ambiente, magia, cultura, clima, arquitectura colonial… todo eso y más.

Me asombró la cantidad de extranjeros que caminan en esa zona; podría jurar que son más de la mitad y que muchos no son turistas: caminan y se saludan entre ellos alternando su idioma con el español. Andan hippiosos, sin brassiere, usan rastas, sandalias y van acompañados de sus perros o bicicletas en mano. En su mayoría jóvenes, son de esos europeos aficionados al izquierdismo que no es posible ejercer en el primer mundo.

Tarde y noche en la ciudad

Las casas del pueblo tienen techo de teja color tejado y en todas las calles hay consignas izquierdosas pintadas en las paredes. Me llamó la atención el barrio de mexicanos, llamado así porque viven… pues mexicanos. Con esto es posible darse cuenta la composición étnica de la ciudad.

En Chiapas hay varios grupos indígenas y, por la vestimenta de las mujeres, es posible saber a qué grupo pertenecen. Lo que creí era una falda para frío, era en realidad, de otra etnia (chamulas, tzotziles y tzeltales). Por los andadores y sobre todo, acercándose a la Plaza Mayor, las mujeres indígenas caminan en pares o tríos con 3 o 5 niños detrás de ellas. Con un “compra, compra” ofrecen sus artesanías que van desde muñequitos de lana, hasta cinturones o collares. Los niños te ofrecen animalitos de barro.

Mi única queja sobre San Cristóbal es que no encontré un lugar de comida chiapaneca además del café. Sí, la pasta, tapas y tacos de bicitaco estaban ricos, pero yo quería tragar algo autóctono.

Mi tragonería fue calmada hasta Chiapa de Corzo, el pueblo que está junto al río Grijalva y, donde gracias a la presa, podemos disfrutar en una apacible lancha el Cañón del Sumidero, con paredes que llegan al kilómetro de alto. En esa reserva encontramos monos, cocodrilos, pelícanos, cotorritas, zopilotes y quién sabe cuánto animal más. El recorrido dura una hora más o menos. El guía ayuda a ubicar a los animales y habla sobre la importancia de esta reserva ecológica para el lugar.

De vuelta a Chiapa de Corzo, además de tragar, conocimos el mercado, la iglesia y la plaza que tiene un quiosco en forma de corona española y una ceiba sagrada.


Cocodrilitos y mono araña. Sólo en el Cañón del Sumidero

Aún faltan un par de posts de Chiapas. El estado me sorprendió y se convirtió en El Lugar a regresar; o más que regresar, a vivir. La mezcla de gente que convive en ese pueblo-ciudad me llama a saber y a vivir más. La naturaleza, los colores, la historia y el presente se fusionan en Chiapas provocando una mezcla explosiva que a esta habitante del centro nunca le había tocado presenciar.





Este post fue patrocinado por Dolce y Gabana by Yisus

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encantan tus reseñas ¿sabes? cuando fui a Madrid hice caso a tus recomendaciones y quedé fascinada...

Florencia
Gdl

La Rosy dijo...

Que bueno Florencia :) acepto riojas de agradecimiento

Manyu dijo...

¡Qué bonito postito!


¿YA?

Manyu dijo...

Es-que... honestamente no me alcanza el recuadro para expresar mi genuina -y nada bonita- envidia que me da cada que ojeo tus posts.

Tómalo como un abono al mal de ojo...

Xldrin dijo...

Rox, ya le habia pegado unas leidas a algunos post tuyos por los links de El huevo, y ahora gracias a KABeZA, vuelvo a venir y ya te ganaste un seguidor mas...
Saludos desde Chiapas..
Tu nuevo "Fan's"

Jessica dijo...

Aparte de excelente escritora, eres una fantastica fotografa!

La Rosy dijo...

Manyu. Interesado! >P jaja

:Xldrinmania: Muchas gracias y gracias a Kabeza por los favores recibidos

Jessica: Como que ya le estoy agarrando el ojo. Hasta quiero armar mi presentación

Neurotic Marianita dijo...

Chiapas es tan bello, yo fui hace casi tres años y me faltaron días para conocerlo!