Este blog personal estuvo activo de marzo de 2008 a julio de 2010. La continuación está en jeri4queen.blogspot.com

lunes, 17 de noviembre de 2008

Tragedia en papel y cartón

A la inocente edad de 10 años, fui la primer niña vetada de las fiestas infantiles del colegio. Mi vergonzoso comportamiento tuvo raíces años muchos antes. Mis padres nunca se dieron cuenta de la gravedad del asunto, hasta que ese triste día del 85' la madre superiora les dijo firmemente “la niña no entra más”.

Como buena chilanguita clasemediera mis papás me organizaban religiosamente mi fiesta de cumpleaños en Chapultepec, a la que asistían todos mis primos e hijos de los amigos de mis papás. Había globos, payasos, carne asada o hojaldres de mole, pastel y por supuesto, piñata.

Mi mamá me hizo la fiesta de un año hasta el año 4 meses, cuando ya me podía parar perfectamente y sostener la palita en la mano para atizar la piñata. Por supuesto, mis padres me tuvieron en entrenamiento y fui la sensación de la fiesta... así como el inicio de mi tragedia social.

A los 4 años, comenzó la tradición de que en mis fiestas, yo rompía mi piñata. Supongo que era una especie de compensación psicológica por compartir la fiesta con mi hermanita, 2 años menor. De esta manera, mis papás se ahorraban una pachanga y yo tenía lo que más quería. No me importaba que no fuera la única festejada.

Mi mamá, siempre atenta a mi comportamiento, ya se había dado cuenta de mi obsesión con romper la piñata. Días antes de la fiesta yo entrenaba con palos de escoba, pegándole a los árboles y bancas del parque. Incluso a veces, me daba vueltas en mi propio eje para practicar mi tino mareada. No iba a permitir que un leve mareo me alejara del objetivo final: madrear un animal de papel y cartón.

Mi fiesta de 5 años estuvo en peligro de no efectuarse, ya que en uno de mis entrenamientos, rompí el palo contra el buró de mi cuarto. La parte volátil pasó rozando mi cabeza y aterrizó en la frente de mi hermana, quien cantaba interminablemente “dale dale dale, no pierdas el tino”, debido a que le había prometido darle a cambio alguno de mis regalos.

Yo contra el pato maldito

Yo no lo sabía pero todo este entrenamiento era innecesario, ya que justo cuando la piñata estaba por romperse, mis papás me ponían a darle. Incluso llegaron a sobornar a los otros niños con dulces y juegos, con tal de que yo terminara rompiéndola y no armara la de Troya. El plan siempre salía a la perfección. Sin embargo, en mi interior se estaba gestando un monstruo y nadie lo sabía.

Dicho monstruo salió cuando a los 7 años y, en una fiesta que no era mía, armé un escándalo digno de una novela de televisa cuando no fui yo quien rompió la piñata. No sólo di de patadas y berridos, si no que, cuando ya me encontraba en aparente calma, tiré del columpio al niño que me había suplantado. En mi defensa alegué que tenía que haber metido las manos para no tener semejante chichón en la cabeza.

Mis papás no sabían donde esconderse. Rosita, siempre tan bien portada, tan alegre, tan bailadora. ¿Como pudo haber hecho eso? Me sacaron de la fiesta sin bolo y reprimieron mi comportamiento todo el camino de regreso a casa. Pero como su mentalidad era de adultos, nunca se dieron cuenta que lo hice en cruel venganza.

Fue en la siguiente fiesta -que tampoco era mía y por lo tanto el final de la piñata no había quedado en mis manos- en la que una vez roto el objeto de mi obsesión y comenzados los juegos infantiles, me desaparecí armada con un palo. Me encontraron justo donde estaban los restos de las piñatas con los ojos llorosos y llenos de rabia, mientras destrozaba aún más los dolidos restos de un caballo de cartón y papel china. Tanta era la fuerza de mi castigo, que mis papas creyeron que había algo más tras esos golpes.

Fui a dar al psicólogo. El loquero calmó a mis papas, argumentando que sólo era un mal día. "La niña quiere llamar la atención".

El asunto fue olvidado y coincidió con un cambio de escuela y por lo tanto, de amiguitas.

En esta nueva escuela se acostumbraba hacer un pequeño pastel y piñata a las cumpleañeras que eran recogidas más tarde. Ese día me quede yo y, sin el ojo atento de mis padres, la desgracia comenzó.

Al principio exigía con llantos que era mi turno, que yo tenía que pegarle. Primero en un tono lastimoso, pasando por berridos, gritos, exigencias y amenazas. La maestra reprobó mi conducta y me mandó fuera del lugar. Saqué un palo de sabedonde y me puse a pegarle a la piñata al mismo tiempo que la festejada, quien, enojadísima se lanzó a golpearme.

Lo mismo hicieron las demás niñas salvajes y tuve que ser rescatada por la madre superiora, quien me puso a rezar ante el santísimo sacramento para que perdonara mi indisciplina. Yo, que nunca fui muy creyente, lloraba de coraje entre maldiciones. Las monjas se creyeron mis lágrimas, sin embargo, no dejaron de informar a mi santa madre lo ocurrido. La pobre no sabía donde esconderse.

Desde ese día y, cuando iba a haber fiesta, por ningún motivo podía quedarme más tarde de las dos.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Vete al sur

Un piso en Atocha no queda tan cerca del cielo, pensaba al entrar a esa vieja estación. La máquina había hecho lo suyo, me encontraba en las coordenadas y el día el correcto. Ahora sólo me quedaban 20 horas para hacer lo mío. Más que suficientes.

Había vuelto. El vivero, las tortugas, los top manta, el cielo azulísimo. Todo estaba ahí. Faltaban sus besos, mi sonrisa que enseñaba todos los dientes y sobre todo, faltaban sus dedos dibujando mi escote mientras me tomaba un cortado en la barra de esas islitas con café.

Pagué un euro y medio por el café (una ganga) y una sonrisa melancólica se dibujó en mi rostro ante el ¡Venga, guapa! del cantinero. Vi mi backpack naranja solo junto a esas bancas. Nunca había sido muy cuidadosa y las veces que perdí algo, me estaba esperando en la zona de “objetos perdidos”. Por eso es que esa pobre mochila sucia lucía tan abandonada. En un rápido movimiento la tomé y subí al tren rumbo a Sevilla. Ese bulto pesaba más de lo que recordaba.

Ya instalada en mi asiento de segunda clase, abrí la maleta. Hasta arriba encontré un Teddy Bear -Que raro, pensé- y con enorme curiosidad y prisa espulgué para que más hallaba. Una falda azul con vuelo y unas tanguitas con la leyenda “kiss me maddly”. -Muy sexy- pensé con una sonrisa torcida y me lo medí -muy pequeño para estas caderotas- .

El inventario que uno carga en una maleta dice más de ti que lo que tienes en casa. Esos siete, diez kilos serán tu vida un tiempo y hay que encontrar la manera de apachurrar bien lo indispensable, por eso me sorprendí tanto al encontrar ese oso de peluche.

El AVE aceleró y apenas me di cuenta cuando ya estaba en los suburbios de Madrid. En el 2007 y a 200 kilómetros por hora, era de los trenes más rápidos. En los de mi tiempo, sólo al arrancar es posible ver algo más que una mancha en movimiento.

¿Que mas hay? Una foto con dedicatoria me hizo envidiar a sus amigos. Un libro de Poncela y un encendedor. ¿Ya fumaba? una cajetilla lo confirmó. Recordé el placer que era fumar después de comer o con un café. Me maldecí por haberlo dejado. ¿Para que?, si al final lo que me ha de matar no es un enfisema.

Seguí espulgando con ansiedad. Cada objeto desempacado me indicaba que pertenecía a una persona muy diferente y lejana a mí. Sin duda, ella era alegre, desinhibida y con un gran futuro por delante.

Encontré su pasaporte lo comparé contra el mío. Mismo nombre, misma fecha de nacimiento, diferente cara. Su foto gritaba felicidad y la mía amargura. Y no eran las arrugas. Guardé todo antes de comenzar a llorar.

Sólo me queda esperar a mañana. Esperar haber activado las reacciones correctas al volver en el tiempo y nunca conocerlo.

Y no terminar refundida 30 años en una cárcel catalana.

lunes, 3 de noviembre de 2008

De las cosas que pueden pasar en un viernes de quincena cualquiera, a una persona cualquiera

Muchos días como esos habían pasado para Mario durante este año. Sosteniendo su cigarrillo con una mano y un florero en la otra, Mario era dueño del mundo. Sonreía como sonríen los que sostienen un florero con una mano: con un ligero aire primaveral. Y con la inocencia de las primeras lluvias de febrero, no sabía que todo estaba a punto de valer verga.

Debió haberlo vislumbrado cuando, al dar un trago al florero le pareció la margarita mas detestable del mundo. Cuando vio que en realidad eran rosas, comprendió que ya estaba muy borracho. Las rosas siempre le han parecido deliciosas.

-¿Siempre tomas agua de rosas?- le preguntó ella con una sonrisa tan torcida que un hoyuelo de la nariz se le abría de más.
-Siempre.- Aseguró Mario con el convencimiento que viene tras 8 cubas.
-¿Sabes?, tengo rosas recién cortadas en mi casa. ¿Te gustaría un tesito? - le pregunto presurosa
-¿Con una nube de leche descremada? -
-Claro, como debe ser un buen te de rosas- y abrió aún más la fosa nasal izquierda.

Mario, hipnotizado por tan peculiar sonrisa, la siguió hasta el fin del mundo. Cuando el fin del mundo dice MOTEL PARIS.

Ella se adelantó para “ponerse cómoda”, mientras Mario terminaba con la transacción financiera con el encargado. “Ya valió verga”, pensó cuando vio que le faltaban 150 pesos para cubrir el importe de las 3 horas que cuestan en estos tiempos los niditos de amor. El encargado, comprensivo, aceptó que le pagase a la salida.

Como la comodidad verdadera sólo se encuentra cuando se está en pelotas, él se fue quitando la ropa para encontrarla a ella en el esplendor de todas sus colgantes carnes. Cerró los ojos y pensó en Adela Micha. Con la Micha en la cabeza y la otra debajo, se dedicó a hacer a lo que iba.

“Ya valió verga”, pensó Mario cuando la rigidez no era la suficiente para tan acrobática actividad. Culpo a la Micha y culpó al alcohol. Sin embargo, ella ponía ojitos de borrego con estrabismo y emitía gemiditos de ardilla apachurrada. Estaba fingiendo -por supuesto- y Mario se lo agradeció.

El final -de ella, claro- fue rápido y esperado, seguido de los halagos de siempre.
-Esta usted tan hermosa y delicada como un jarrito de tlaquepaque-
-¡Ay licenciado! ¡Que cosas dice!-
-Debe ser el agua de rosas, pero esta usted mas delgada que hace ocho días-
-¡Ay licenciado! Que cosas dice!- Mientras se enfundaba en unos calzones que bien podrían haber cobijado a un recién nacido o dos.

Ya iban saliendo del nidito de amor cuando Mario le dice con voz altamente varonil:
-Estelita, que pena, pero necesito que me preste 150 pesitos, el lunes se los repongo, preciosa.
-¡Ay licenciado! Que cosas dice!-

Y lo dejó en el Motel con la promesa de regresar por él y con los 150 pesos que sacaría de su tarjeta.

“Ya valió verga”, pensó Mario por tercera vez en esa noche, cuando al cabo de 50 minutos, Estelita no llegaba.”Ya valió verga”, volvió a pensar después de 2 horas y ante la mirada ganosa del encargado tuvo que aceptar el intercambio oral que le proponía para salir de ahí. “Si te la chupan sigues siendo hombre”-se convencía a sí mismo- “piensa en Adela Micha con bigotes”. Cuando la transacción terminó, Adela Micha estaría para siempre prohibida como fantasía sexual.

Salió del Motel París, encontrándose a Estelita estacionada. ¿Porque tardó tanto licenciado?. Mario se limitó a hacer un gruñido gangoso.

-¡Ay licenciado! ¡Que cosas dice!- rió ella con una coquetería que rivalizaba con el cortejo de las pingüinas del medio oeste de Alaska. Una vez sin su secretaria, se dirigió a su casa, con la esperanza que la borrachera sea tan fuerte, que olvidara lo que había pasado.

“¡Ya valió verga!” exclamó Mario fuertemente levantando las manos y llevándoselas a la cabeza cuando vio el auto de su suegra estacionado en la entrada de su casa. Intentando evitar la letanía de reproches sobre las horas de llegar y el estado inconveniente en el que venía que seguramente le proporcionaría su mujer y su chingada madre, Mario comenzó a subir el árbol que daba a la habitación de huéspedes.

La mujer salió al oir ruido. Un pájaro emprendió el vuelo. Un foco se encendió y Mario cayó de lo alto. “Ya valió verga” Exclamó la mujer al ver a Mario caer cual costal de papas gallegas. Mientras era llevado al hospital, la mujer y su chingada madre le reprochaban las horas de llegar, el estado inconveniente y la estupidez de subir árboles a esa edad y con esa complexión.

Mario descansaba en la cama del hospital. Por fin su mujer y su chingada madre se habían callado, puesto que se habían dormido. El Doctor entro a la habitación y le dijo la mala noticia:

-Ya lo he confirmado, es SIDA- dijo el Doctor con ecuanimidad
-¿Como es posible?- gritó Mario desencajado- ¡Si el encargado sólo me dio algunas chupaditas! ¿O sería Estelita? ¡Esa gorda caliente, buscona y mentirosa!.
-Esta confirmadísimo, señor.
-¡Pero ni sangre me han sacado!
-¿Que habitación es esta?
-La 4C- contestó la chingada madre
-Ah, entonces solo es un brazo roto, disculpen la confusión-

“Ya valiste verga”, adivinaba Mario el pensamiento de su mujer y su chingada madre.