Este blog personal estuvo activo de marzo de 2008 a julio de 2010. La continuación está en jeri4queen.blogspot.com

martes, 29 de junio de 2010

Crónica de cuando fui a ver Toy Story 3 que no incluye crítica sobre la película porque ya todo mundo la vio

Fui a ver Toy Story 3 el fin de semana de estreno y como al 67.39% de los asistentes, me llevaron mis papás. Hice berrinche porque no me compraron palomitas, pero bueno, alcanzamos boleto para la función en 3D. Y es que el cine tapatío elegido, a pesar de ser uno de esos no muy populares, estaba hasta su madre. Tuvimos que comprar boletos para la función que comenzaba casi dos horas después y mientras hacíamos fila, la información que reflejaba la pantalla informativa nos informaba que el número de boletos disponibles disminuía con rapidez.

La gente llegaba quejurosa diciendo que en los cines de Galerías, Walmart y la Gran Plaza había boletos hasta el siguiente día. Suspiré mientras sorbía de mi té de jazmín provocando que el agüita se me fuera por el “otro lado” y tosiera. Mi mamá me jaló de las orejas y decidimos esperar en el cine a que se formara la fila para entrar y así asegurar un lugar honroso en la sala.

Cuando comenzó la fila, éramos los segundos con prioridad en entrar. Frente a nosotros había una familia con dos niñas de 5 y 7 años (o tal vez 3 y 5, no se sabe con esos engendros sobre-alimentados) que estaban peinadas y vestidas IGUAL. En mi niñez, mi madre también tuvo esa obsesión insana de borrarnos la identidad, por lo que mi hermana y yo parecíamos me & minime. Al ver a la morritas, mi mamá me abrazó con cariño porque recordaba a sus "bebés" y mi pérdida de identidad volvió. Atrás de nosotros, un grupo de veinteañeros reían y joteaban.

Prontamente (este es un post tapatío, se vale esa mala palabra) la fila comenzó a crecer y cuando comenzó a chocar con la puerta, los jalisquillos no supieron si torcerla en “U” o comenzar otra fila desde enfrente, es decir, a un lado de nosotros. Así que hicieron lo más sensato: lo que les dio su chingada gana.

Cuando el morro acomoda-gente que trabaja por 2 pesos en los cines se dio cuenta, puso cara de diarrea. Se acomodó el chalequito rojo y trajo al supervisor a ver el desmadre que los padres de familia habían armado. Yo no estaba cerca para escuchar el diálogo, pero el supervisor hizo una seña de “no hay pedo”, aunque a la luz de los siguientes acontecimientos, bien puede ser “estás bien pendejo”. Como sea, el supuesto orden de las filas continuó igual.

No pasó mucho tiempo cuando se comenzó a armar el mitote en la parte de atrás. Quién-va-atrás-de-quién se volvió un asunto de supervivencia cinedoril. Dos enormes padres de familia comenzaron a acosar al morro acomoda-gente. Le ORDENABAN poner a otro empleado al final de las filas, para preevenir que alguien se fuera a meter por en medio. El morro explicaba que no había más empleados disponibles en el momento. En eso llegó una familia de esas en que la mamá tiene chiches falsas, pelo lacio artificial y uñas postizas. Enseñaron su pase VIP que les permitía meterse hasta adelante de la fila.

Los que estábamos formados al principio de las 3 filas pseudo-ordenadas, respingamos. Cómo es posible, si en México todos somos iguales, que ejemplo le están dando a los niños, en España no pasaría eso, etcétera. Tanta queja no sirvió para otra cosa que para vernos como perredistas ya que igual nos chingamos por jodidos. En un ataque de iluminación, al supervisor se le ocurrió pasarnos hasta la puerta de la sala de proyección, logrando así mucho más espacio para formar a la gente.

Por fin, dio la hora y entramos a la sala.

La familia con niñas me & minime se sentaron atrás de nosotros y los veinteañeros jotitos al frente. La incansable lucha defendiendo nuestro primerísimo lugar en la fila nos había unido y no queríamos separarnos, snif.

Y como suele ocurrir en esos casos, se apagó la luz.

Pasaron los comerciales del gobierno. Pasó el corto de Shrek 3. Pasó el corto de Día y Noche de Pixar (excelente) y ¡por fin! Comenzó Toy Story 3. El principio es intenso. Gran secuencia de acción y el despliegue de imaginación digna de un niño. Entonces nos damos cuenta que Andy ha crecido y que estamos viendo un flashback de VCR.

Comencé a llorar.

Después ocurrió lo inimaginable: empezó a llover. Y no sólo llovía si no que diluviaba, por lo que de los granizasos casi no se escuchaba la película. ¡Súbele! ¡Súbele! Comenzamos a gritar entre chiflidos. Algunos padres de familia se levantaron de sus asientos para acosar al morro acomoda-gente y hacer que le subiera al volumen con la nariz.

Entonces se fue la luz.

Ya esperaba los chillidos ensordecedores de esos engendros del mal, pero hasta eso, todos se portaron muy bien. Supongo que en estos tiempos, lo que les da miedo es quedarse sin celular o que les castiguen el nintendo. Los jotitos comenzaron a gritar ¡cá-cá-ró! ¡cá- cá-ró! y la chifladiza se hizo más fuerte.

Minutos después las luces de emergencia se encendieron y también lo hizo nuestra incertidumbre. ¿Nos suspenderán la película? ¿Algún día nos enteraremos si Andy es igual de ojete que los niños de verdad? ¿Nos devolverán nuestro dinero? ¿Se nos vendrá el techo encima?¿Seremos echados al agua como perros con tarjetita VIP? ¿Es cognoscible el ser?

Pasaron 15 minutos o quizá 40. Ya ni sé. Pero la película reinició, me & minime aprendieron a gritar ¡cá-cá-ró! y todos fuimos felices viendo las aventuras de Woody, Spanish Buzz, Jessy y ¡Corre como el viento Tiro al Blanco! con ojitos de Gazpacho.

Como todo mundo ya sabe, la película está chingona y yo, a pesar de saber que Disney-Pixar estaba manipulando mis sentimientos con alevosía y ventaja, me entregué al llanto cual infante sin celular.

domingo, 27 de junio de 2010

La blanca Mérida arde

1. Bienvenida al infierno

El techo es alto y un tragaluz ilumina la habitación. Un ventilador de madera cuelga en el centro y sus aspas sólo sirven para cortar la luz. Estoy acostada en calzones en la cama de arriba de la litera con la esperanza que me llegue un poco de aire. Los 42°C que hay en la calle de Mérida me han inflamado las córneas y debilitado mis piernas.

Tenemos que salir a comer. Nuestro anfitrión nos ha asegurado que “El Tucho” está a 6 cuadras, pero a las 2:30 de la tarde me parece una misión imposible. Después de un baño, vestido de algodón, sandalias, sombrero y mucho bloqueador, emprendemos la caminata al ansiado oasis.

Por algún pleito existencial con el centro del país, en Yucatán las calles son nombradas con números en vez de héroes. Está bien, no puedo asegurar que tienen algo en contra de Hidalgo o Morelos, simplemente que con números la orientación es más sencilla… excepto para los anuméricos y desubicados como yo. Y es que en vez de ir aumentando -o disminuyendo- numéricamente conforme avanzas, resulta que los pares -o los nones- aumentan hacia el este -o el oeste-. Es decir, al combinar pares y nones con ejes cardinales y sentido de las calles, obtenemos direcciones logarítmicas más o menos así:

c61 #156 x 50 y 52

¿Entendieron? Yo sé que no. La verdad no era mi intención explicar, sino quejarme amargamente de su pinche nombramiento de calles y viví perdida bajo el sol.

Sin calculadora, salimos a la calle. El piso y las paredes irradiaban calor. Conforme nos acercábamos a la Plaza Grande, más gente salía a nuestro paso. Después nos enteramos que todos, absolutamente todos los camiones (ellos les dicen colectivos) llegan a algún lugar del centro. Entré a un oxxo y compré mi agüita. Doblamos por la 60 con la botella vacía y entramos a una librería que tenía aire acondicionado para tomar fuerzas. Habiendo vencido temporalmente el calor, volvimos a la calle y encontramos al mentado Tucho, un restaurant bar familiar y botanero con chou.
La primera cerveza fue para rehidratarme. La segunda para quitar el calor. La tercera para reponer la que acababa de mear y la cuarta para que se resbalaran los papatzules. Los meseros nos veían divertidos; supongo que pocos se zampan en menos de una hora cuatro cervezas, una minimargarita y como seis platos de botanas yucatecas (ahora sólo diré que estaban deliciosas).
Volvimos al hostal a pie, sólo para comprobar que para combatir el calor con cerveza hay que seguir chupando. Volvimos a asomarnos a la calle hasta que el odioso sol se fue. El calor continuaba, pero podía caminar 2 cuadras sin renegar.

2. A mí me gusta el diablo

Si por la tarde no quería ni asomarme a la calle, en la noche me di cuenta que Mérida se hizo para caminar. El ayuntamiento lo sabe y ha organizado eventos nocturnos para presumir la música, el romance y los bailes yucatecos. Todos los días hay eventos, pero mi preferido fue la serenata de los jueves en el Parque de Santa Lucía, donde un poeta que habló de su tierra y su gente me conmovió hasta las lágrimas. El Señor del Billar, que tiene atole en las venas, quería irse, pero yo me negué a mover mis nalgas de ahí y así disfruté de tríos, boleros y bailes de mestizos.

Una parte de de la calle principal -la 60- es cerrada por las noches y los restaurantes se extienden formando animadas terrazas. Música, tragos, cena… caminar por el centro de Mérida de noche es una gozada.

Mérida ya no es la ciudad blanca, pero eso no quiere decir que el colorido de su centro la haga fea. Al contrario. Fundada sobre la maya T’ho, su estilo arquitectónico es claramente colonial. Desde el primer cuadro y hasta las calles que llegan al Paseo Montejo (sus Champs Elysees) tienen una arquitectura preciosa y bien cuidada. Del otro lado, el centro está lleno de comercios y parece Tacubaya.

Sin duda, el Paseo Montejo es de presumirse. Las grandes casas de los ricachones henequeneros del siglo pasado imitan las francesas, aunque con un toque mexicano. En algunas es el color, en otras las caras indígenas en la fachada. Imperdible en esta avenida es el museo de Antropología, alojado en un palacio lleno de historia maya.


A todos lados que íbamos había basura; algunas coladeras apestan y no hay botes de basura. Mientras la arquitectura es hermosa, el piso de la calle es horrible. El asfalto es gris y tiene mugre pegada. Ya sé, este comentario es demasiado queretano; ya que la limpieza de nuestra ciudad es de las cosas que presumimos. Así que no puedo evitar hacer cara de fuchi ante la cochinada que hace ver fea una ciudad tan bonita y romántica como es Mérida.

3. Directo al inframundo.

Yo TENÍA que ir a un cenote, eso no estaba a discusión. El lugar elegido fue Cuzamá, donde hay tres cenotes en los cuales puedes entrar a nadar: Chelentún, Chansinic’ché y Bolonchoojol. Para llegar desde Mérida hay que tomar un colectivo a Cuzamá, un bicitaxi a la entrada y un truck a los cenotes. El truck consiste en un carro de madera jalado por un caballo y sobre rieles de tren. Nuestro conductor del truck se llamaba Wilian y la yegua Pancha. Desde el principio, Panchita era rejega. Ni diciéndole “mividita” quería avanzar. Pero Wilian logró llevarnos a los 3 cenotes.

Debido a que la península de Yucatán es hueca, grandes cantidades de agua subterránea se encuentran en cenotes y ríos subterráneos, que según los mayas, eran la entrada al inframundo. Se han encontrado calacas que indican sacrificios humanos; en honor a la verdad, a mi me gustaría morir en un lugar así de chingón.

El agua es templada y transparente. Todos son hondos y su acceso puede ser difícil. Al estar en una caverna, la acústica del cenote es excelente. Hay peces, aves y murciélagos, así como estalactitas y raíces de árboles que cuelgan del techo. El diferente tono de azul que tiene cada uno de los cenotes es sorprendente. ¿Qué minerales o chingaderas intervienen para lograrlo? No lo sé. Igual de impactante es nadar con visor y lograr ver clarísimo, 20 o 25 metros hacia abajo.

3. ¿Dónde están los dioses?

Ir a ver piedras es una visita obligada de turista. Hay gente que lo único que visita en Yucatán es Chichén Itzá. Igual que la pinche foto de la torre Eiffel en facebook, la de la pirámide de Kukulcán es un must do. Disfrutar un sitio arqueológico no es sencillo. Además de leer sobre el tema, yo recomiendo hacerlo con un guía (que no te ponga a aplaudir, ni hable de mafufadas del 2012) e ir antes al museo de Antropología en Mérida. Entender los periodos de la cultura maya, quienes fueron los Itzáes y la influencia tolteca es importante no sólo para apreciar el sitio y sus diferencias con los otros centros Mayas, sino para tener una visión objetiva sobre esta cultura.

Los mayas y la sabiduría que llegaron a adquirir son motivo de los más grandes orgullos de México. Estoy de acuerdo, no niego la majestuosidad de su arquitectura, la precisión de su calendario y de sus matemáticas. Además de eso, me sorprende el comercio que se dio entre las diferentes culturas de Mesoamérica y cómo el populacho maya aguantó -y durante tanto tiempo- a una élite aristocrática.

La magia de Chichen Itzá no está en sus pirámides y edificios; está en la gente y las motivaciones que llevaron a construirlo. Ahora esa magia es arruinada por vendedores ambulantes acosadores. Llamados “veinteros” (porque venden todo a 20 varos) andan tras uno y si cometes la equivocación de siquiera preguntar, un montón de acosadores se acercan. Yo sé que hay pobreza en México y que así se ganan la vida. Pero lo mismo compras en un tianguis en las afuera del sitio arqueológico.

4. Después de todo, 42 no es mucho

Sí, hace calor. Sí, la gente está loca por vivir ahí. Pero la verdad visitar Mérida 4 o 5 días vale completamente la pena. La gente es amable y alegre. Disfrutan su ciudad y están orgullosos de su herencia, su cultura y su comida. Su acento es pegajoso y quizá por recordarme a Cucho el de Don Gato, me parece encantador.


Me faltó mucho de Yucatán: pueblos, playas, reservas naturales. Que chingadera es nomás ir a una ciudad.

viernes, 25 de junio de 2010

Quintana Roo, donde las diputadas posan como supermodelos

Veo una vez más las fotos del viaje y no encuentro cómo escribir al respecto. Las imágenes, los sabores y las emociones se amontonan y revuelven con la gente, los olores y los acentos. En esta primera parte: Quintana Roo.

1. En Cancún quisieron violarme pero no pudieron.

Ir a Cancún fue un movimiento estratégico: encontré un vuelo increíblemente barato hacia allá y tengo un amigo al que le pedí asilo. Abrumados por el calor y la humedad surestiana, apenas salíamos del gusano que conecta al avión con el mundo real cuando los vendedores de placer nos acosaron. Como perros encadenados desde su guarida, llamaban a su víctima aka turista usando ladridos en español e inglés. Supongo que tienen prohibido acercarse así que hacían malabares a tres patas con tal de arrastrar a los inocentes viajantes a sus garras. Una de esas perras incluso nos ordenaba acercarnos al lugar antes de ir por las maletas, como si fuera un prerrequisito.

Afortunadamente salimos del aeropuerto sin daños físicos. Pero el acoso turestil fue una constante durante las pocas horas que estuvimos en Cancún. Son como moscas de esas grandes y verdes que no descansan hasta picarte.

Mi amigo, el Compadre, es un hombre de bien de esos comprometidos con el trabajo. Así que tuvimos que hacer tiempo hasta que se liberara de sus ocupaciones laborales. Saliendo de la estación, tomé la ruta R1. El chofer me preguntó que a donde iba. “A la playa” le contesté. Me miró con cara de “señorita, aquí hay muchas playas”, así que agregué: “a cualquier playa”. Así se subieron algunos gringos y otros despistados, con los que el diálogo se repetía. Me sentí menos estúpida.

Nos bajamos en Playa Tortugas, llamada así por los gordos que están empanizados en la arena. Esquivando más moscas ladradoras, llegamos al “agüita” sólo para encontrar que estaba llena de algas secas y un poco fría. Pero el calor era más fuerte que mis quejumbres por lo que me quité el vestido y me metí al mar. No hay necesidad de asustarse: traía bikini abajo, el exhibicionismo estaba planeado para después.

Por la noche y con las piernas piqueteadas, mi compadre nos recogió en una esquina del Boulevard. Sin duda, lo mejor de Cancún fue reencontrarme con mi amigo, con quien hace 5 años compartí cervezas, canciones, películas y bailes. Platicar con él de aquellos tiempos me hizo sentir un poco vieja, pero contenta de haberlo disfrutado así.

En el mercado intentaron violarme también

Le hablé a mi compadre de nuestros planes y de la filosofía anti-turista con que emprendimos el mochilazo y nos recomendó ir a Holbox.

2. La gravedad en Holbox

Todos sabemos las maravillas del mar Caribe: aguas transparentes y finísima arena blanca. Sin grandes olas y de temperatura templada, esa gran alberca es la delicia de todos. Entonces, ¿Que tiene Holbox que no tengan otros lugares del caribe? Los lugareños dicen que es magia. Su nombre maya significa “hoyo negro” y es que -según ellos- cuando en el continente hay lluvia, en la isla el sol abarca todo. Cuentan que los mayas perseguidos por la guerra de las castas se refugiaron en la isla, y que a diferencia de las otras islas famosas de Quintana Roo; Chetumal e Isla mujeres, Holbox no ha caído en la tentación de los grandes hoteles para turistas y se niega a poner en riesgo sus recursos naturales y animales, que incluyen al tiburón ballena, flamingos y demás variedad de aves.

Yo les puedo hablar de Motorcito, que con una sonrisa tímida me ofreció una cabaña en renta cuando aún no salíamos de Cancún. Que carga con su biblia, es moreno, regordete y con ojos negros de pestañas rizadas. Aunque las canas ya aparecen en su pelo chino, la cara de niño no se le quita.

La cabaña resultó un hogar muy parecido al que construyó la adolescente parejita de “la laguna azul”. Su techo de palma mantenía el lugar fresco y una cama con velo protege del ataque de los mosquitos. De sus coloridas paredes cuelga una hamaca que te llama a dormir, leer… o usar tu imaginación.

Las calles en Holbox no están pavimentadas, así que no hay calor desde el piso. El pueblo es pequeño pero si te da flojera caminarlo, es posible rentar bicicletas o carritos de golf, medios de transporte que utilizan los lugareños. Por supuesto, no hay coches ni camiones. La mayoría de las casas son de madera y están pintadas de colores vivos y con techos de palma.

Rodeando a la plaza principal está la iglesia, el ayuntamiento y un sinfín de restaurantes que ofrecen desde comida mexicana, italiana, tacos, mariscos y por supuesto, pizza de langosta (¿de qué más?). Hay comida para cualquier presupuesto, sin llegar al obsceno costo de una cena en Cancún.

La gente es alegre, amable y casi todos tienen perros chaparros. De dos a tres por casa, en su mayoría son mestizos, están bien alimentados. Los perros andan por las calles como si les pertenecieran y saben el camino al mar para meterse a refrescar.

Algunos extranjeros se enamoraron de la isla y se quedaron a vivir ahí. Como un italiano, que compró un carrito de crepas y con eso se mantiene. O los sudacas, que hacen collares y pulseras de hippies o ayudan a los niños de la isla en los eventos escolares.

Y sí. El agua del mar es transparente y de lejos, se ven diferentes tonos de azul. Imposible ahogarte, imposible no quedarte horas en la playa, donde a nadie le importa si te da por sentirte europea y te asoleas topless o si te metes al mar y te quitas todo lo demás.

Estoy de acuerdo con los holboxianos: la isla tiene algo especial. Y no es por el mar, por la tranquilidad en sus calles o por la calidez de su gente. Es por ese hoyo negro que te jala a su centro y crea una realidad paralela en la que los problemas, las dudas existenciales, las prisas y las actualizaciones de twitter no existen.

Créanme: si algo tienen que hacer en su pinche vida, es ir a Holbox. (de preferencia, con pareja / amante / nalga / pioresdedo /primo / warever)

El amore prehistórico presente en Holbox

martes, 22 de junio de 2010

Fin del viaje: curándome las penas con gorditas de chicharrón

El primer día que uno pasa en casa después de regresar de un viaje es equivalente a una cruda mezcalera de una muy ansiada fiesta. Ya no hay planes, ya no hay nervios y ¡oh tragedia! tampoco hay alcohol. Sólo queda la realidad de frente en forma de vómito en el escusado, pelos enmarañados, manchas sospechosas en el piso y olor a vino barato con sabritones. Y ni qué decir de la diarrea de borracho, la intolerancia al sol y el dolor que comienza en el cuero cabelludo y termina en un inexplicable moretón en la cadera.

Así estoy yo, intentando utilizar este post como una michelada salvadora.

Para aquellos desocupados lectores que no se han dado por enterados, durante las tres últimas entradas estuve viajando por el sur / sureste de nuestro país, sin una ruta clara y con el estómago dispuesto. Y, para aquellos recientes leedores que desconocen mi pasado viajeril, sépanse que incluye a pueblitos como la Peña de Bernal, Ixtapan de la Sal, Lisboa, Madrid, Niuyor, Buenos Aires y Chimulco.

Sin embargo, este viaje tuvo algunas novedades con respecto a los anteriores. Es la primera vez que hago un mochilazo dentro de mi país. Me bastaron 3 horas con Google Maps y Ticketbus para hacer un presupuesto, solicitar niñera y revisar mis ahorros para decidirme. No tenía que preocuparme por tipos de cambio, cargas al celular, acceso al dinero, idiomas diferentes o medios de transporte. Conozco a mi gente y como viajera experimentada, podía anticipar lo que me esperaba. Con seguridad, la calle principal se llama Hidalgo o Independencia y si tenía un ataque de hambre compraba cualquier cosa en la calle y cerveza en los oxxos, ¿cierto? Ya les contaré.

La segunda novedad -y sin duda, la más notable- es que no hice el viaje sola. Cuando le informé mis planes al Señor del Billar, el probable costo y la duración en la primera persona del singular, él me contesto: Yo también voy. Continué hablando en yo sobre las razones por las que YO viajo sola, yadayada lo que YO aprendo con mis viajes, yadayada MIS manías al viajar, yadayada de MI ausencia de miedo y alto sentido de la aventura, de MI idolatración por la primera persona yadayada… Como el señor del Billar no es influenciable por la retórica del pastiche feminista, me contestó: Yo también voy.

La verdad es que si he viajado acompañada únicamente de mi mochila es porque nadie había tenido la templanza (¿o valentía?) y la plata para acompañarme. Además, aceptó cargar mi mochila. A su vez, yo prometí respetar los partidos de la selección nacional.

Al buscar “Mérida” en Google, mis sospechas de que en aquel lugar de México el infierno hace esquina, decidí confeccionar algunos vestidos adecuados para esa temperatura: unos cachos de tela que me envuelven el pecho y dejan mis piernas libres y airadas. Huaraches, peinado de multi-colitas y sombrero de paja completaron este look que grita: “soy turista y no me da vergüenza admitirlo”. De este manera, el espacio destinado para pantalones de mezclilla y tenis los destiné a bloqueadores, accesorios de limpieza de pies y cremas antimosquitos. Mis padres terminaron de rellenar mi liviana mochila con algunas medicinas que incluían un antídoto para picadura de alacranes.

La ruta comenzó en Guadalajara el 29 de mayo y más que recorrer la ciudad, nos dedicamos a convivir con mi familia y a descansar por anticipado. Además, mis adorados hijos se quedarían a su cuidado. El 31 muy temprano, viajamos en avión hacia Cancún, haciendo escala en el DF. A pesar de haber planeado otra cosa, recomendaciones, trayectos y enamoramientos nos hicieron modificar la ruta así:


Guadalajara / Cancún / Holbox / Mérida (Cuzamá y Chichen Itzá) / Palenque / San Cristóbal de las Casas (cañón del sumidero y Chiapa de Corzo) / Puerto Escondido / Zipolite (Pochutla) / Oaxaca / Distrito Federal / Guadalajara / FIN (Querétaro)

El presupuesto no alcanzó para Puebla y Veracruz; además me hubiera gustado tener más energía para Chilangolandia, pero ya era tiempo de volver volver.

Cuando se comienza con la planeación y respectiva presunción de un viaje, no faltan las voces envidiosas que te ofrecen recomendaciones además de buenos -e hipócritas- deseos. Así que, cuando uno anuncia que va a recorrer Francia en bicicleta, no falta algún turista que ha visitado París durante tres días pero conoce la romántica y europea capital como el barrio de su infancia y que te recomienda la ubicación exacta de panaderías y vulcanizadoras.

Extrañamente, ahora eso no pasó. Ningún tuitero o bloggero me hizo aunque fuera una pequeñita recomendación. Qué gachos, hasta parecen feisbuqueros, vergüenza debería darles. Sin embargo, no quiero terminar este post introductorio para agradecer a @valsolar, @angelbc, @julcrecia, @Asgard_ que en persona y con bebida en mano me hicieron recomendaciones psicológicas hacia mi persona.

lunes, 21 de junio de 2010

Ahora lleno la copa B y otras cosas sin importancia

He vuelto.

Cansada y feliz. Estrenando lonjas y bronceado.

Y es que por la inmensa cantidad de comida consumida en mercados, calles, restaurantes y playas, creo que los kilos extra me salieron baratos. Razones económicas recortaron el tur teniendo que dejar para otra ocasión Veracruz y Puebla... y muchos, demasiados lugares de los que me enteré y nada más :(. 15 días para cada estado serían pocos, créanlo.

Procuraré hacer un post diario del viaje, antes de que vuelva a mi color original y que la realidad me pegue un madrazo.

Ahora, un resumen rápido que hice en twitter hace algunos días:

La puritita verdá que estos días estuve en rehabilitación en el Otzil Luum Kabij (Pobre Hombre en maya)

Me vovlí devota de San Hulk SMASH!! ARGGGRG

Y me hacían bañarme diario


Pero los domingos me dejaban salir a pasear en mi humilde coche naranja y mi vestido que le hace juego



PD. Doy gracias a SanSlim por no cortarme el sagrado internet, amén