Este blog personal estuvo activo de marzo de 2008 a julio de 2010. La continuación está en jeri4queen.blogspot.com

jueves, 18 de marzo de 2010

Escribator

Buscando un libro harto loco que no venden en el Sótano (chiste interno), encontré que el autor tiene un blog im-per-di-ble:

Apuntes de un escritor malo
Por fin la controvertida columna que ningún editor quiso publicar: "Hola, mi nombre es Anónimo Hernández. Soy un escritor malo, me gustan la reiteración y el efecto cacofónico. Tiendo a lo superficial y nunca he podido estructurar una buena estructura. Como sea, escribo lo que me da la gana". Un nuevo texto cada 30 días, no te lo pierdas.

Casi nos hacemos pipí al leer lo siguiente. Y poquito menos (pero que aún es un chingo) con éste.

ESCRIBATOR
por Anónimo Hernández

Jamás sospeché que una huelga de escritores en Hollywood traería a varios productores a las puertas de mi casa. Al principio me sorprendí y supuse que debía tratarse de una confusión, pero viéndolo bien, resultaba natural. En su momento me lo expliqué así: yo no estoy en huelga; les salgo más barato; y sus obras son tan malas como las mías.
Provenientes de varios estudios cinematográficos, los hollywoodenses me pasaron montones de películas (que nunca pude ver porque mi tele no funciona desde hace años), lo mismo que algunas carpetas con recomendaciones técnicas; de entre éstas, hubo una que llamó mi atención y terminó por persuadirme: “En el desarrollo de sus historias, siéntase libre de mezclar distintos tipos de géneros, personajes, lugares. Por ejemplo: combine millonarios con vampiros; zombies con jugadores de hockey; drama con horror…”, etcétera.
Con tantas licencias poéticas pensé que sería una tarea de lo más fácil, pero después resultó que no se me ocurría nada. Pasaron días tan tranquilos y soleados que no se inquietaba ni mi imaginación. Días que se convirtieron en semanas.
Hasta que comenzaron las llamadas de larga distancia. A diferencia de los escritores gringos, a mí me pagarían a destajo y sin adelanto alguno. Y aún así los telefonemas fueron aumentando y recrudeciéndose hasta que llegaron a las amenazas de demandas legales, de vetos, y hasta de extradición, como si fuera un narco. No me sentí en posición de reclamar nada, por el contrario, me asusté tanto que me escondía bajo la mesa cada vez que sonaba el teléfono. Me aboqué a seguir las sugerencias que me habían dado con el fin de inventarme un sistema creativo, cuyos generales enumero aquí.
Primero, vinieron a mi mente (a mi rescate) varios amigos de juventud, principalmente el Gumaro. Éramos un grupillo de golfos que bebíamos cerveza refugiados en los zaguanes de distintas vecindades. Una noche, el Gumaro, embelesado por una película en boga, y ya medio pedón, pidió que a partir de entonces le llamáramos el Terminator.
–No seas ridículo…
–Qué tiene…
–Nadie inventa su propio apodo.
–Además, te pondríamos el Kelvinator, no el Terminator…
–A huevo, tienes más cuerpo de estufa que de refrigerador!
–JAJAJAJA…
Allí hallé mi primer componente.
El segundo provino de otro héroe fílmico de la época, Robocop, cuya indumentaria lo hacía más impresionante que Schwarzenegger –con todo y su cara de robot, su inglés de robot y su mentalidad de robot–: un exoesqueleto metálico y resplandeciente le quedaba de maravilla a mi protagonista.
El tercer elemento sólo podía provenir de lo único que me importa en la vida. Mi superhéroe, inmerso en un medio ignorante y vulgar, buscaría hacer justicia a una de las máximas manifestaciones del hombre: la Literatura Universal.

Saliendo de un auto futurista en plena colonia Doctores, estremeciendo el pavimento a cada paso bajo el peso de su armadura, cobró vida Escribator, el Defensor de las Letras.
Escribator. Un nuevo héroe, un héroe para nosotros.
Escribator: mitad androide, mitad estufa.
Sobre su pecho destacaba una especie de teclado de computadora que activaba parte de sus artilugios bélicos. Su casco simulaba un ratón (de computadora, no de biblioteca). Y de sus puños sobresalían dos finos cañones en forma de pluma fuente. Una chingonería. Sobre todo porque su arsenal producía sonidos como: Pfffffffffff! Yyyiiikkk! Chiu-chiu-chiu!
En pleno Bronx mexicano, un barrio muy cabronx, Escribator inició su labor justiciera contra lo primero que le indignó: los anuncios de negocios que leían: “Hamburgesas y jodogs”, “Proibido miar aqui”, “Tortas gigantes Las Moustrosas”, “Jugos y Yugurs”, “Cluchs y amortigüadores”, etcétera, achicharrándolos con su lanzallamas: Pfffffffffffff!
El héroe prosiguió sus labores aplicando el infamante Calzón Chino a todos aquéllos que escuchaba diciendo cosas como “mas sin embargo” o peor aún “mas sin en cambio”.
–A-la-alberca! –comenzó a sentenciar, como parte del folclor heredado de su tío el Kelvinator, con una voz robótica que, mas sin en cambio, recordaba mucho al Charro Avitia.
La gente gritaba dispersándose por las calles presa del pánico:
–Corran!
–Huyamos a estudiar gramática!
Implacable, Escribator centró después su atención en los puestos de periódicos. Revisó las revistas de chismes, las publicaciones deportivas, los semanarios sensacionalistas. Al llegar a los suplementos culturales, por un error de su creador –o sea, mío–, se vio imposibilitado para maniobrarlos hábilmente. En busca de un buen escritor, las lajas de papel se escurrían entre sus dedos mecánicos desfoldándose y volando por los aires, cual gaviotas a la mar.
Yyyiiiikkkk. Quedaron reducidos a tiras.
Enfurecido ante tanta ignominia lingual, Escribator tiraba los kioskos y les prendía fuego con su lanzallamas, dejando un panorama de destrucción tras de sí. En ese momento me di cuenta que la limpieza literaria, propósito para el que fue creado, estaba yendo muy lejos, casi como la limpieza étnica de los Balcanes.
Y al igual que otras bestias creadas por el hombre –creadas concretamente por un escritor– Escribator finalmente cobró vida propia.
Ha dejado de obedecerme. Ahora zarandea policías, voltea patrullas.
–A la alberca!… A la alberca!
Errando pero no errando, ha cruzado ya por varios barrios, populares y popoff…
Pero esperen!… Oh my God!… No! Ahora se perfila hacia una afamada casa de libros!
–Detente, esto es demasiado!
Entra destruyendo las puertas de la librería y reduciendo a escombros las mesas de novedades.
–A la alberca!
Se detiene cerca de las promociones como si revisara internamente los comandos a ejecutar:
–Primero-los-aburridos –sentencia su voz metálica.
–No, Escribator, acabarás con los teóricos, con los historiadores, los filósofos…
Chiu-chiu-chiu. Lanza una ráfaga de microbalas que reduce muchísimos libros a simple confeti.
Ha escapado de mi control.
–Ahora-los-parásitos…
–Qué? Destruirás a los críticos?… Qué haremos sin ellos!… No!
Yyyiiikkk. Rajados como serpentinas.
–Faltaba-un-poco-de-alegría-por-aquí… –ironiza para sí misma la máquina infernal, arrojando confeti y serpentinas por doquier.
Yendo de un lado a otro con su cuerpo de lavadora, decide su próximo paso:
–Siguen-los-pedantes-y-farsantes… Aunque-haga-verso-sin-esfuerzo.
–Eso no! Maldito! Acabarás con casi toda la literatura mexicana actual!…
Pfffffffffffff!
Fuego por todas partes...
De aquel paisaje apocalíptico sólo se han salvado unos cuantos libros, los de siempre...
El robot literario se detiene como si admirara su obra y buscara el toque final:
–Sólo-faltan-los-escritores-malos…
–Qué?… No puedes hacerme esto!…
–A la alberca!
–Soy tu amo!
Chiu-chiu-chiu.
–Aaaggghhh!

FIN

1 comentarios:

La Rosy dijo...

Huyamos a estudiar gramática!!

JAJAJAJA aún me da un chingo de risa.