Mi adicción a Waldo’s comenzó en Manzanillo, donde compraba una caja que trae como 99 galletas con chispitas de chocolate a doce pesos. ¿Cómo la ves pinche Marinela? Dos kilos después incluí entre mis compras pilas, botes de basura, azucareras y unos jugos de pinturita.
Hace unos días me sobraba media hora de vida y setenta pesos, por lo que decidí entrar a la tiendita para averiguar qué necesitaba. Salí feliz con una lata de atún, un mantel de plástico, un foco y un reloj. El atún ya me lo comí con salsita verde picosita y tostadas. El mantel de plástico se ha comenzado a fruncir así como de pegado porque le puse un traste caliente. El foco no lo pude meter en ningún socket porque está flaco y se cae.
Pero la verdadera tragedia está en el reloj de pared, el cual colgué a lo que llamo “oficina”. Es redondo y tiene colores simulando parches sobre un fondo negro, así que como adorno cumple su función. Como reloj, cumple su función exageradamente, ya que cada segundo hace tac-tac-tac-tac-tac-tac-tac lo cual me está volviendo loca.
Con cada segundo siento como literalmente se me va la vida. Los tac-tac-tac-tac-tac-tac-tac se han convertido en latigazos: “ponte a escribir!!” tac-tac-tac-tac; “es hora de sacar a los perritos!” tac-tac-tac-tac ; “no pusiste a descongelar el pollo!” tac-tac-tac-tac; “a ver si ya te duermes, cabrona!” tac-tac-tac-tac.
Sí, lo escucho hasta el cuarto por las noches. Anoche pensaba que tal vez era mi esquizofrenia paranoica, porque la puerta de la habitación estaba cerrada. Mientras escribo estas líneas el puto reloj está encerrado en el baño. La solución es fácil: colgarlo en la sala sin sillones o quitarle la pila y ponérsela al vibrador.
Pero tengo ganas de que mi esquizofrenia paranoica regrese. Además necesito algo a que odiar.
El reloj se queda un rato más, lo he decidido.
1 comentarios:
Dejalo un par de semanas, lee mucho Poe, y lo más seguro es que encuentres algo de inspiración ;)
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