Fui a ver Toy Story 3 el fin de semana de estreno y como al 67.39% de los asistentes, me llevaron mis papás. Hice berrinche porque no me compraron palomitas, pero bueno, alcanzamos boleto para la función en 3D. Y es que el cine tapatío elegido, a pesar de ser uno de esos no muy populares, estaba hasta su madre. Tuvimos que comprar boletos para la función que comenzaba casi dos horas después y mientras hacíamos fila, la información que reflejaba la pantalla informativa nos informaba que el número de boletos disponibles disminuía con rapidez.
La gente llegaba quejurosa diciendo que en los cines de Galerías, Walmart y la Gran Plaza había boletos hasta el siguiente día. Suspiré mientras sorbía de mi té de jazmín provocando que el agüita se me fuera por el “otro lado” y tosiera. Mi mamá me jaló de las orejas y decidimos esperar en el cine a que se formara la fila para entrar y así asegurar un lugar honroso en la sala.
Cuando comenzó la fila, éramos los segundos con prioridad en entrar. Frente a nosotros había una familia con dos niñas de 5 y 7 años (o tal vez 3 y 5, no se sabe con esos engendros sobre-alimentados) que estaban peinadas y vestidas IGUAL. En mi niñez, mi madre también tuvo esa obsesión insana de borrarnos la identidad, por lo que mi hermana y yo parecíamos me & minime. Al ver a la morritas, mi mamá me abrazó con cariño porque recordaba a sus "bebés" y mi pérdida de identidad volvió. Atrás de nosotros, un grupo de veinteañeros reían y joteaban.
Prontamente (este es un post tapatío, se vale esa mala palabra) la fila comenzó a crecer y cuando comenzó a chocar con la puerta, los jalisquillos no supieron si torcerla en “U” o comenzar otra fila desde enfrente, es decir, a un lado de nosotros. Así que hicieron lo más sensato: lo que les dio su chingada gana.
Cuando el morro acomoda-gente que trabaja por 2 pesos en los cines se dio cuenta, puso cara de diarrea. Se acomodó el chalequito rojo y trajo al supervisor a ver el desmadre que los padres de familia habían armado. Yo no estaba cerca para escuchar el diálogo, pero el supervisor hizo una seña de “no hay pedo”, aunque a la luz de los siguientes acontecimientos, bien puede ser “estás bien pendejo”. Como sea, el supuesto orden de las filas continuó igual.
No pasó mucho tiempo cuando se comenzó a armar el mitote en la parte de atrás. Quién-va-atrás-de-quién se volvió un asunto de supervivencia cinedoril. Dos enormes padres de familia comenzaron a acosar al morro acomoda-gente. Le ORDENABAN poner a otro empleado al final de las filas, para preevenir que alguien se fuera a meter por en medio. El morro explicaba que no había más empleados disponibles en el momento. En eso llegó una familia de esas en que la mamá tiene chiches falsas, pelo lacio artificial y uñas postizas. Enseñaron su pase VIP que les permitía meterse hasta adelante de la fila.
Los que estábamos formados al principio de las 3 filas pseudo-ordenadas, respingamos. Cómo es posible, si en México todos somos iguales, que ejemplo le están dando a los niños, en España no pasaría eso, etcétera. Tanta queja no sirvió para otra cosa que para vernos como perredistas ya que igual nos chingamos por jodidos. En un ataque de iluminación, al supervisor se le ocurrió pasarnos hasta la puerta de la sala de proyección, logrando así mucho más espacio para formar a la gente.
Por fin, dio la hora y entramos a la sala.
La familia con niñas me & minime se sentaron atrás de nosotros y los veinteañeros jotitos al frente. La incansable lucha defendiendo nuestro primerísimo lugar en la fila nos había unido y no queríamos separarnos, snif.
Y como suele ocurrir en esos casos, se apagó la luz.
Pasaron los comerciales del gobierno. Pasó el corto de Shrek 3. Pasó el corto de Día y Noche de Pixar (excelente) y ¡por fin! Comenzó Toy Story 3. El principio es intenso. Gran secuencia de acción y el despliegue de imaginación digna de un niño. Entonces nos damos cuenta que Andy ha crecido y que estamos viendo un flashback de VCR.
Comencé a llorar.
Después ocurrió lo inimaginable: empezó a llover. Y no sólo llovía si no que diluviaba, por lo que de los granizasos casi no se escuchaba la película. ¡Súbele! ¡Súbele! Comenzamos a gritar entre chiflidos. Algunos padres de familia se levantaron de sus asientos para acosar al morro acomoda-gente y hacer que le subiera al volumen con la nariz.
Entonces se fue la luz.
Ya esperaba los chillidos ensordecedores de esos engendros del mal, pero hasta eso, todos se portaron muy bien. Supongo que en estos tiempos, lo que les da miedo es quedarse sin celular o que les castiguen el nintendo. Los jotitos comenzaron a gritar ¡cá-cá-ró! ¡cá- cá-ró! y la chifladiza se hizo más fuerte.
Minutos después las luces de emergencia se encendieron y también lo hizo nuestra incertidumbre. ¿Nos suspenderán la película? ¿Algún día nos enteraremos si Andy es igual de ojete que los niños de verdad? ¿Nos devolverán nuestro dinero? ¿Se nos vendrá el techo encima?¿Seremos echados al agua como perros con tarjetita VIP? ¿Es cognoscible el ser?
Pasaron 15 minutos o quizá 40. Ya ni sé. Pero la película reinició, me & minime aprendieron a gritar ¡cá-cá-ró! y todos fuimos felices viendo las aventuras de Woody, Spanish Buzz, Jessy y ¡Corre como el viento Tiro al Blanco! con ojitos de Gazpacho.
Como todo mundo ya sabe, la película está chingona y yo, a pesar de saber que Disney-Pixar estaba manipulando mis sentimientos con alevosía y ventaja, me entregué al llanto cual infante sin celular.