Este blog personal estuvo activo de marzo de 2008 a julio de 2010. La continuación está en jeri4queen.blogspot.com

jueves, 27 de mayo de 2010

Sureste de México - 1984

Sé que era 1984 porque vi la inauguración de los juegos olímpicos desde la casa de un tío abuelo en Veracruz. A mis inocentes nueve años estaba muy impresionada por el tipo que bajó del cielo con una mochila-helicóptero y por la manera en que los aros se encendieron mandando el fuego hasta el pebetero del estadio de LA.

No era la primera vez que mis papás nos llevaban a mi hermana y a mí de viaje. Antes de eso, recuerdo a Acapulco, Cuernavaca, Monterrey, Guanajuato, Manzanillo, Ixtapan de la Sal, Guadalajara… pero nunca antes habíamos recorrido tantas ciudades en el bocho familiar.

Mi papá creció siendo un pata de perro: vivió en muchos estados de la república y mi abuelo lo puso a manejar en carreteras desde joven. En cambio, mi mamá siempre quiso viajar y mientras fue soltera, sólo tuvo oportunidad de ir a Mérida y a Cancún al cuando se graduó de la nacional de maestros.

En ese entonces teníamos un bocho. No era muy nuevo, pero si acostaban el asiento de atrás, mi hermana y yo podíamos viajar dormidas sobre unos cuadros de hule espuma que llamábamos “los patitos” (tenían caricaturas del Pato Donald, por eso). Ninguna de las dos estábamos en la edad de dormir durante todo el trayecto, pero no recuerdo que llorara o me aburriera. Nos entreteníamos jugando, cantando o contando vacas, chivos o pájaros que veíamos en el campo. A veces y mientras manejaba, mi papá nos contaba cuentos.

Como ya dije, ese viaje por carretera de 1984 comenzó en Veracruz. Recuerdo que la arena de la playa era dura y obscura y que había una niña llena de mocos. En Villahermosa nos quedamos con un amigo de la adolescencia de mi papá; todas las mañanas íbamos a unos esquimos (como licuados) deliciosos. Recuerdo el parque de La Venta, con sus enormes cabezas olmecas; Chichen-Itzá con las pirámides y el jaguar de ojos verdes en Palenque. Como mi mamá sabe y le gusta la historia, nos contaba sobre esas culturas mesoamericanas. Ya en la escuela y cuando se trataba el tema, yo salía con mi presunción de “yo conozco ahí” “es muy bonito por esto”, etcétera. (Quien me conoce en persona, sabrá que lo mismo sigo diciendo a la mínima provocación, ja). El viaje terminó en Mérida donde hacía un calor endemoniado y prefería quedarme en la alberca del hotel y por supuesto Cancún, donde los moscos nos pusieron una picotiza en la casa de campaña del trailer park junto al mar.

A 26 años de distancia, los recuerdos son un poco vagos. Tal vez y muchos están en mi mente por las fotos deslavadas que están en los álbumes. Pero lo que recuerdo o mejor dicho, lo que siento como si tuviera 9 años, es la emoción por conocer nuevos lugares y el cariño de mis papás durante todo el trayecto: apachurrados en la tienda de campaña, riendo, revolcándonos en el mar o escuchando historias de lugares impresionantes. Nunca eché de menos comodidades o lujos.

Ahora, mi experiencia como pata de perro le da tres vueltas a las de mis padres juntos. Me imagino que en ese 1984 ninguno de los dos llegaron a pensar que estaban gestando un monstruo errante en potencia. Una viajera que no se detiene por miedos o falta de lujos y seguridad. Que sueña con lugares tan diferentes como Tokio, Marruecos, Brazil, Estambul o México. Y que se larga acompañada únicamente de su mochila.

Pero ahora es diferente. Y no porque la ruta esté aumentada y llegue a lugares con los que tengo serias obsesiones como Chiapas o Oaxaca. Es diferente porque voy acompañada de alguien que está dispuesto a escuchar todas mis peroratas de historia y que me hace reír. Es diferente porque voy en familia otra vez.

1 comentarios:

Joel BD dijo...

Viajar es un delicioso placer...