Este blog personal estuvo activo de marzo de 2008 a julio de 2010. La continuación está en jeri4queen.blogspot.com

lunes, 20 de octubre de 2008

Felicidad a contra reloj

Por doceava vez, Linda borró todo lo que había escrito en el Word -puras pendejadas sin sentido, palabrería bonita que no dice nada-, pensó. Ese bloqueo mental por el que pasaba comenzaba afectarle en su trabajo, que consistía en escribir anécdotas para traveliando.com, un sitio de dos pesos que promocionaba sitios turísticos usando historias de ficción. Aunque Linda tenía un sueldo fijo, si las historias lograban que los lectores hicieran clic en algún google add, podría acceder a grandes viajes. Dos años después de ingresar, sólo había ganado un viaje a Ixtapan de la Sal. -Pinches lectores tercermundistas-, aseguraba.

Confiaba en su enorme talento para escribir y se consideraba una verdadera viajera, no una simple turista de foto de torre Eiffel y salsa valentina. ¡Ella conocía Europa, Asia y el norte de África! Se identificaba con la cultura y la gente. No tenía miedo de viajar sola, de dormir en estaciones de autobús o parques, de probar platillos extraños. Además, tenía una gran capacidad para transmitir estas experiencias y motivar a sus lectores experimentar el mundo y no necesariamente el de Disney.

Sin embargo, últimamente se sentía atrapada y sin rumbo. Ya estaba contra tiempo en la entrega de su texto “Enamorada en San Juan Puerto Rico”. -Enamorada, ¡ja!- se decía. Todos los hombres con más de tres neuronas la habían dejado. Demasiado egoístas para compartir con otro placer o dolor a cambio de intimidad. Sus amistades también la tenían harta. Metrosexuales carabonita que cambiaban su nombre mexicano por uno gringo, machitos con cigarro y pose de malote. Niños hijos de papi, putas sin remedio o feministas mariguanas.

Intentó releer algunos de sus antiguos escritos. Necesitaba volver a sentirse perdida y asustada. Enfrentarse a otros idiomas y costumbres. Caerse a lo más profundo y renacer con una cerveza, un beso o una canción. Arreglarse el pelo con flores, absurdos sombreros o peinarse con el mínimo sentido del gusto. No bañarse en días o meter los pies en una fuente. Ver estrellas que de otras latitudes no se ven.

Un mail interrumpió sus pensamientos. Su editor le proponía enviarla de misión secreta a un país africano: Kiundú. Lo buscó en la Wikipedia y no lo encontró. Él le aseguró que, aunque era una dictadura, había paz y seguridad para los extranjeros. Aunque la idea de ir a un país africano recién formado le asustaba –y no lo admitía- terminó aceptando. Algo tenía que hacer para romper con esa rutina que la asfixiaba. Además, sólo serían 10 días, ni uno más.

El viaje desde España a Uganda ocurrió sin grandes contratiempos. Cosa muy diferente pasó de Uganda a Kiundú. Tirada en el aeropuerto durante casi doce horas esperando su biplano empezó a notar el tercermundialismo africano. Sin oficinas de información, puercos y pollos encajados, gente orinando en la calle. Estuvo a punto de dar vuelta atrás y se preguntó si sobreviviría esta travesía. Además estaba ese insoportable olor a negro. Linda se preguntaba cómo iba a describir el humor africano siendo políticamente correcta. Apestaban un chingo. Así de fácil. ¿Almizcle y ajo?. No. Apestaban. Punto.

En Kiundú un precario y desordenado aeropuerto la recibió. La suciedad y podredumbre le mandaban señales de advertencia al cerebro. Ya era de noche cuando por fin le entregaron su maleta de medicinas y al asomarse a la calle poco iluminada, sólo había negros borrachos. -Perfecto, sólo falta que me violen- pensó. Todos la veían y le gritaban algo que no comprendía, pero los años que pasó caminando por el Distrito Federal, le indicaban que era algo así como Mamacitaaa, te ayudo a limpiarteee en kiusyaní, el idioma oficial de ese paisucho.

Ya en el taxi, rezó a un dios en el que no creía para que llegara sana y salva al hotel. Apenas hizo check in se encerró en su habitación. No quería salir nunca. Ni siquiera para comer. Trabó la puerta con una silla –gran medida de seguridad- y durmió con tal de no pensar. Despertó muerta de hambre. Probó un platillo parecido a la avena pero verde, acompañado de un jugo de algo que parecía guanábana, pero sabía a ajo con hierbas. Aún no terminaba de comer cuando ya estaba vomitando. Dos días después y habiéndose terminado los ensure que guardaba, tuvo que volver a salir de la habitación.

Con desconfianza, pidió un coctel de frutas en las que sólo distinguió la piña, pero estaba bueno. CocaCola -por supuesto- y pan. -El desayuno de los campeones- rió. Se sintió con la fuerza suficiente para asomarse a la calle y se dio cuenta que no era tan malo. Si un poco sucio, pero no más que la Portales. A su nariz ya no le parecía tan desagradable el olor de negro y hasta los pequeños niños desnutridos y llenos de mocos le parecieron bonitos -Muy national geographic-

Decidió explorar un poco más y se encontró un mercado lleno de colores, olores y sabores sorprendentes. La gente le sonreía y la invitaban a probar. -Nunca rechaces la invitación a comer de un extranjero- se recordaba como experta viajera. Caminó un poco más y en un jardín se encontró a varios negros vestidos con túnicas blancas practicando tai-chi. El contraste de su piel negra con las blanquísimas túnicas y el verde intenso era la foto perfecta. ¿Quién lo iba a pensar?. No había notado que sonreía cuando un negrote se le acercó y en un perfecto español le dijo “Acércate a practicar”.

Linda comenzó a imitar sus movimientos, poniendo atención en las facciones de su instructor. Por supuesto, su piel era obscurísima, pero sus facciones eran más bien delicadas. Por ejemplo, aunque su nariz era chata, no estaba apachurrada y dispersa por media cara. Sus párpados escondían unos ojos negrísimos con unas envidiables pestañas rizadas. El pelo negro le crecía en rastas. Se preguntó que sentirían sus dedos al pasarlos por ahí. Después bajó la mirada, buscando un indicio que confirmara aquello por lo que tan famosos son los negros. No encontró nada, pero se alegró de comenzar a pensar en sexo. Tal vez todo mejoraría.

Nyambura -el instructor- le confesó haber estudiado en Colombia y por eso la reconoció latinoamericana y le habló en español. Linda se sorprendió de que: Uno. Hubiera estudiado. Dos. Supiera donde estaba México. Tres. No apestara.

Mientras caminaban por las calles, Nyambura le explicaba la historia reciente de su país y sobre la revolución. Las muertes y porqué todos están contentos con el gobierno dictatorial. El dolor que sentía se reflejaba en sus ojos. Linda lo abrazó con empatía y no lo soltó durante unos minutos... comenzando a sentir eso por lo que son tan famosos los negros.

Se separaron con ternura, y el le prometió llevarla a una ceremonia de nacimiento por la noche. Linda se bañó y se acicaló a la usanza occidental. No sabía si a Nyambura le gustaría tanta falta de pelos y el exceso de mañas para tapar los olores propios del cuerpo. Pero de esa manera ella se sentía con mayor seguridad.

La noche era cálida, la luna llenísima. El se presentó con un traje de gala que consistía en un coordinado de gorro y minifalda de leopardo. Los músculos de su piernas y pecho le recordaban al David de Miguel Ángel, pero en vez de mármol, ónyx. Así de perfecto era él.

En la ceremonia, Linda era la única blanca y comenzó a sentirse especial, privilegiada. La tribu encendió una gran fogata y comenzaron a bailar con lujuria y sensualidad al rededor de la misma. Nyambura tocaba arrobado los bongós. Con los ojos cerrados, las manos firmes, el rostro emocionado. En ese momento Linda supo que tarde o temprano se lo iba a coger.

Y fue mas temprano que tarde cuando esa noche, Linda comprobó que era cierto lo que tanto dicen de los negros. Lo hicieron sobre una manta ceremonial, ahí en plena sabana con la luna iluminándolos y aullidos de algún animal de fondo. El olor almizclado de Nyambura, lejos de asquearla, la excitaba aún más. Se sentía como una leona siendo penetrada por una pantera.

Dos días después, Linda supo que estaba enamorada como adolescente. Kiundú era un país sorprendente, con imágenes que sólo había visto en fotografías, colores vivos, gente alegre a pesar de su pobreza. Y las noches eran sólo para los dos, cuando se convertían en dos animales de la sabana y cogían como si la sobrevivencia de la raza humana dependiera de ellos dos.

Una triste mañana, el hotel le informó que ya estaba contra tiempo y debía salir del país de inmediato. Corrió a migración buscando una extensión de su visa, pero le fue negada sin un bien fundado porqué. -Pinche país bananero, ¡si les estoy dejando mi dinero!- decía para sí misma entre lágrimas.

La despedida con Nyambura fue corta pero sincera, con promesas de su parte en regresar.

Ya en México, su melancolía le hizo escribir cuartillas y cuartillas de lo vivido en Kiundú. Había vuelto, había despertado de su letargo de escritor. Pero estaba hambrienta por más y sobre todo, hambrienta de su hombre de ébano, su gran amor. Envió sin revisar “Felicidad a contra reloj” a su editor y compró el primer vuelo a Uganda, vía España.

Sin embargo, no hubo medio de transporte alguno que la quisiera llevar a Kiundú. -No sin visa- le respondían tajantemente. Linda decidió no hacer caso y rentó un negro con un jeep destartalado para llevarla a su destino.

El viaje fue mucho peor que el anterior. Cayó enferma, los asaltaron, presenciaron muertes de refugiados de guerra... pero todo tenía sentido si al final llegaba al hogar que la hizo renacer. En la frontera, su paso le fue negado una vez más. Fue tal la algarabía que Linda armó para entrar que la llevaron ante la presencia del General de la Frontera.

Nyambura entró a esa sala disfrazado de militar ante la mirada de confusión de Linda.
- No debiste haber vuelto – La regañó con tono osco, seco.
- Necesitaba verte. ¿Que pasa aquí? ¿Porque estas vestido de militar? -
- Porque soy militar de alto rango. No debiste haber vuelto. Era un romance de vacaciones, grandísima estúpida- Linda comenzó a llorar -Kiundú es un país creado para turistas que quieren sentir una “experiencia” africana. Toda nuestra economía se basa en ello. Mira, sígueme.

Entraron por un pasadizo subterráneo en el que montones de negros trabajaban como hormigas. Se vestían con los trajes típicos que ella recodaba. Preparaban el fuego o se entrenaban para ataques militares actuados. Les pegaban mocos falsos a los niños y deschichaban a las negras.
- Las agencias nos envían el perfil del turista y, si son del tipo de aventura extrema, les preparamos algún ataque, la participación en un golpe de estado, o algo así- Aseguraba Nyambura- Tu, por ejemplo tenías una vida sexual lastimosa e intentabas callarla viajando para sentir que tu soledad te hacía fuerte, que te daba sentido. Aquí te dimos ambas cosas.
- Una especie de isla de la fantasía, con un límite de tiempo.
- Así es.

Linda no salía de su estupor. Había caído completamente. Era sólo una pinche turista. La habían impresionado montajes dignos de una película hollywoodense.

Volvió a México derrotada. No conocía el amor y tampoco era una temeraria viajera. Su editor, que conocía la estafa nunca le publicó algo más. Desde entonces, redacta los diálogos para los actores de “Noche de Leyenda” del colonial Querétaro y de vez en cuando ella misma toma el papel de Carlota de Habsburgo, cuando han matado a Maximiliano, su amor.

Dicen que llora bien, vaya usted a saber.

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